A propósito de una clínica psicoanalítica de la discordia: una clínica de la femineidad

Araceli Fuentes

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La manzana de la discordia ha sido mordida por el virus del lenguaje que hace que la sexualidad humana sólo pueda ser sintomática.

La discordia entre los sexos no se plantea únicamente con relación a la función de la castración, función fálica que el lenguaje introduce sino también con respecto a un real del goce sexual que está más allá del falo, el goce femenino.

Un hombre al que le gusta la comodidad se dirige a una analista porque está embargado literal y metafóricamente por su ex-mujer. Ella trata por todos los medios de que él no vea a sus hijos tanto como quisiera y trata de sacarle el dinero con una persistencia insidiosa. En definitiva, ella es un síntoma para él, un síntoma del que no logra desembarazarse y del que tampoco parece querer desembarazarse, lo que descubre en el análisis, puesto que él ha dado por sentado que ya no tendrá otra mujer aunque tenga devaneos con otras.

Una mujer que se había separado de un hombre con el que había convivido muchos años al enterarse de que él está con otra, empieza a sentir una rabia y un odio que la desborda y no lo puede soportar. Este síntoma es la ocasión para aceptar hablar y querer saber lo que ella ha hecho de su vida. Ella se presenta como una mujer amarga, haciendo gala de su amargura. La analista interviene: ¡amar… ga¡ haciendo resonar el amor que hay en la amarga. Así comenzará su análisis.

¿Cómo aborda la clínica psicoanalítica los síntomas que suplen la imposibilidad de escribir la relación entre los sexos complicando nuestra existencia?

El psicoanálisis es una experiencia que no tiene otro medio que la palabra pero a su vez la palabra tiene también efectos de escritura, lo que se descifra en la palabra bajo transferencia tiene efectos de escrito, efectos que permiten bordear un real de la experiencia.

En la experiencia analítica distinguimos el real del síntoma-acontecimiento del cuerpo articulado al inconsciente real-Lalengua, de otro real que atañe al goce sexual femenino, que tal y que como Lacan lo sitúa en las fórmulas de la sexuación en su Seminario Aún1, es un goce real que no puede ser nombrado y del que el inconsciente no sabe nada. De ahí que Lacan haya dicho que el inconsciente es hommosexuel, con dos “m”, que el inconsciente sólo conoce lo mismo, sólo conoce el goce del Uno pero del Otro goce nada sabe.

¿Cómo afrontan hombres y mujeres el encuentro con este real del sexo femenino?

¿Acaso los síntomas producidos por la imposibilidad de escribir la relación entre los sexos, no son, en última instancias respuestas a una dificultad compartida por hombres y mujeres para soportar ese goce que no puede ser nombrado y está más allá del goce fálico?

¿Cómo trata el psicoanálisis las defensas contra ese Otro goce, defensas entre las cuales el fantasma ocupa un lugar fundamental?

Defensas que están al servicio de rechazar el goce que la femineidad resguarda dando toda su potencia lógica al no-todo. Un goce que por sus características produce horror al mismo tiempo que hace del Otro sexo que encarnan las mujeres una alteridad radical, lo hétero por excelencia.

Pretender reducir el Otro sexo a un “segundo sexo” como hizo Simone de Beauvoir en su célebre libro del mismo nombre2 implica ignorar, no querer saber nada, de esa heterogeneidad propia del goce femenino que escapa al goce fálico y a las comparaciones que éste promueve.

Hablar del goce femenino es hablar de un real que no se inscribe en el inconsciente, algunas mujeres, no todas, dicen que lo experimentan, les sucede a veces, no siempre, y no a todas. Pero por mucho que insistamos ellas de ese goce nada pueden decir, lo que es lógico pues está excluido del saber.

Al final de “Análisis terminable e interminable”3 Freud considera el repudio a la femineidad, que se manifiesta como “deseo de pene” en las mujeres y como “protesta masculina” en los hombres, en definitiva, el repudio a la femineidad es, para Freud, la “roca viva” con la que tropiezan los análisis.

Lacan, plantea ese rechazo de otro modo, no a partir del falo y la castración sino a partir del Otro goce. Situar las cosas en el terreno del goce, de los goces, le permite a Lacan hablar del rechazo a la femineidad de un modo más radical que el de Freud.

El verdadero rechazo a la femineidad va más lejos que el rechazo a la falta fálica. El horror a lo femenino es un horror que no es simplemente un rechazo, un no querer saber nada de la falta, sino que es un horror que implica también no poder soportar la existencia de un goce que está más allá del goce sexual fálico y del que nada se puede decir.

De este horror participan tanto hombres como mujeres, para ambos lo femenino es difícil de soportar. Lacan sitúa en este goce que nos produce horror el origen del racismo anti-mujer, un racismo que se dirige a aquello que escapa a la medida fálica masculina.

Algunos casos de la llamada “violencia de género” pueden ser pensados a partir de aquí. La querella de las feministas en su protesta por la igualdad tampoco se resuelve sino tomamos en cuenta el horror a la femineidad.

Llamamos clínica psicoanalítica de la femineidad al tratamiento de todo aquello que como resultado de este rechazo intenta borrar, no saber, sobre la existencia del Otro goce haciendo existir La Mujer como un universal, situándola en la misma lógica en la que se sitúa el hombre, la del todo y la excepción. Está clínica es una clínica que busca hacer inconsistir el todo para abrirse a la lógica del no-todo en la que Lacan sitúa a las mujeres y a los analistas.

Partiendo de una premisa negativa enunciada por Lacan: “la Mujer no existe,4 premisa correlativa al “no hay relación sexual”, sólo se puede hablar de las mujeres en plural, una por una, lo que hace de cada una, una diferencia y una singularidad incomparable con cualquier otra. A una mujer se le ofende cuando se le quiere comparar.

“Si por ser no-toda en la función fálica, La Mujer con mayúscula no puede escribirse y por lo tanto no puede constituirse en el Otro de Uno, entonces ¿dónde está la mujer?- se pregunta Lacan en …ou Pire-. Su respuesta: “La mujer está entre el centro de la función fálica del cual ella participa en el amor, y… la ausencia5.”

Este goce de la ausencia no es la soledad que algunas mujeres eligen, es una ausencia de sí misma que la introduce en la lógica del no-todo y no es fácil de soportar. El encuentro con este Otro goce que no la identifica como mujer a la vez que la sobrepasa, puede llevar a una mujer a buscar en el amor una amarra fálica, pero si hace de ese amor un amor absoluto lo que le espera es el estrago, la otra cara del amor, su cara de goce, con el estrago ella tratará de escribir la relación sexual que no puede escribirse y hacer existir a La Mujer que no existe. El arrebato y el estrago son dos cosas diferentes, el primero es efecto del encuentro con ese Otro goce, el segundo es una defensa contra él.

Otra modalidad del rechazo a la femineidad muy actual consiste en situarse del todo en la lógica fálica, en esa aspiración de algunas mujeres de hoy ellas padecen las mismas angustias que los hombres, las angustias ligadas al tener y al poder fálico.

El análisis puede permitir a una mujer tener una relación con la ausencia propia del goce femenino al final de su análisis, Bénédicte Julian6 da testimonio de ello en su texto: “Esperar la ausencia”. “Esa ausencia” que es a la vez presencia de Otro goce que hace de ella otra para sí misma, goce que afecta a su cuerpo en su totalidad y no se confunde con “la nada” de la pulsional oral con la que ella había hecho existir una versión de La Mujer que no existe en su fantasma, que una vez atravesado le permitió confrontarse con la inexistencia del Otro, con la inexistencia de La Mujer, aceptando esa ausencia de la que goza en la lógica del no-todo.

Las dificultades de una mujer con su femineidad pueden tomar formas diversas, sintomáticas muchas de ellas, pero hay otra forma de dificultad que es estructural y concierne al fantasma como defensa fundamental frente a lo real.

En la experiencia de un análisis es necesario el atravesamiento del fantasma para que la relación con la ausencia de la que hablamos pueda surgir. Mientras esto no ocurre una mujer desmiente la inexistencia de “La mujer”, creyendo saber lo que una mujer es a partir del plus de goce fantasmático. Es lo que le sucede a Dora y a cualquier histérica cuando cae en el impase ontológico que le propone su fantasma: construyendo una ficción de La Mujer a partir de la pulsión, cae en un impase ontológico porque no es por la vía de su ser pulsional como va a acceder a la heterogeneidad del goce propio de la femineidad ya que este goce se sitúa del lado de la existencia, no del ser.

Dora hacía existir a “La Mujer” que no existe a partir de la pulsión oral prevalente en su fantasma y en su síntoma, de este modo su pregunta por la mujer permanecía abierta sin que ella consintiera a ser la mujer de un hombre, lugar que dejaba gustosa a otra, la Sra. K. Razón por la cual Lacan en “Intervención sobre la transferencia”7 dice que Dora no logró separar a la mujer de un primitivo deseo oral.

Un psicoanálisis puede permitir a una mujer salir del estrago, vencer su rechazo a la femineidad vaciando las ilusiones fantasmáticas que le imponen una versión de la femineidad incompatible con la misma y condescender a la inexistencia del Otro –y, como dice Esthela Solano en su artículo, “la Mujer sinthome8, un análisis posibilita que una mujer acepte que no hay nada, ningún partenaire, marido, hijo o escabel, que pueda venir a salvarla la de su soledad real que hace de ella “otra para sí misma”, en ese espacio donde ella se pierde, donde ella se calla”.

Por otra parte, la cuestión de la femineidad no es sólo un asunto de mujeres, también atañe a los hombres, aún más si son analistas.

Que un hombre pueda y quiera saber, a través de su análisis, algo sobre la cuestión femenina accediendo a una dimensión que normalmente le esta velada por la función que cumple en su sexualidad el fetiche, cambia completamente su relación con las mujeres al permitirle percibir lo heterogéneo que hay en ellas, la diferencia radical de su manera de gozar.

Un hombre y más si se trata de un analista, no puede desentenderse de la cuestión que el goce femenino le plantea introduciéndolo a otra lógica. Algunos analistas hombres han dado testimonio de ello. Así en el libro de Patrick Monribot, Recorridos9 él interroga el amor después del pase a partir de una posición masculina citando a Lacan quien en la lección del 12 de febrero de 1974, en Los no incautos yerran, dice lo siguiente: “para el hombre, el amor, no hace falta decirlo…porque para él es suficiente su goce y, sin embargo, es exactamente por eso que él no entiende nada”.

La cuestión de fondo es: ¿cómo concebir un amor que no haga brillar la relación sexual, sino que tome nota de la no-relación y no haga existir a La Mujer que no existe?

El fantasma ligado al desmentido promete una recuperación engañosa de goce. Ahí reina el amor edípico, reglado por las exigencias fálicas, en la plena consistencia del Otro sin barrar.

¿Cómo abandona un hombre el Edipo? Freud responde: por la castración. Sin embargo, según Lacan en el Seminario XX para un hombre no hay más mujer que quoad matrem10, y este “como madre” concierne al sujeto masculino en su relación con el plus de goce en el fantasma. Pero Lacan irá más lejos una vez que sustituye al sujeto por el “ser hablante”. Una vez atravesado el fantasma la pareja del ser hablante ya no es el objeto a sino el síntoma. Una mujer pasa entonces a ser un síntoma para un hombre, un síntoma desacoplado del Otro que implica la invención que exige lo real.

¿Cómo encuentra un hombre a una mujer?, se pregunta Lacan…Respuesta: Por azar.

Aquí se trata de la contingencia, no se trata de un descubrimiento pues en lo real no hay nada que descubrir puesto que ahí hay un agujero. No se trata de la mujer que uno esperaba, se trata de cernir el encuentro contingente con una mujer a partir de la invención que exige lo real en el sentido en el que Lacan lo emplea el 19 de febrero de 1974: “para ver dónde está el agujero hay que ver el borde de lo real”. Y la mujer justamente, hace agujero, puesto que su sexo corporal “no le dice nada al hombre ya que está fuera del lenguaje”. Esta frase tomada del Seminario Aún11, implica que una mujer hay que construirla, hay que inventarla y esa invención está del lado de la necesidad12. Para concluir, Patrick Monribot en la página 69 de su libro dirá: “se trata de demostrar que esa mujer que se encontró por azar ha pasado a ser para ese ser hablante hombre, uno de los nombres de lo real, un nombre que bordea lo real13.

Notas:

  1. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós, 1981, p. 95.
  2. Beauvoir, Simone. Le deuxième sexe, Gallimard, nrf, Paris, 1949.
  3. Freud, Sigmund. Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 3ªedición, p. 3366.
  4. Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 1981, p.89.
  5. Lacan, Jacques. El seminario, Libro 19,”... o peor”, Buenos Aires, Paidós, 2012, p.118.
  6. Julian, Bénédicte. Attendre l’absent, La cause du désir nº98.
  7. Lacan, Jacques. Intervención sobre la transferencia, Escritos I, México, Siglo XXI, 1980, pág. 43.
  8. Solano-Suarez, Esthela. Lacan, les femmes, La Cause freudienne, nouvelle revue de psychanalyse, Lacan au miroir des sorcières nº79.
  9. Monribot, Patrick. Recorridos, La colección de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, Madrid, 2016.
  10. Lacan, Jacques. El Seminario, libro XX, Aún, Paidós, 1981, Buenos Aires-Barcelona, pág.47.
  11. Idem, p. 36.
  12. Monribot, Patrick. Recorridos, capítulo. “construir una mujer”, La colección de la Escuela lacaniana de psicoanálisis nº11.
  13. Idem, pág.69.
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