Freud se valió con gusto del arte como soporte posible de un mensaje oculto, latente, reprimido, es decir, a título de formación del inconsciente. Sin embargo, a partir de la enseñanza de Lacan, cualquier forma de arte debe ser tomada en el registro de la producción, es decir, a título de objeto. Por tanto, el objeto de arte no es portador de ningún mensaje cuyo contenido permanezca reprimido: rechazado, cifrado e ignorado. Más bien al contrario, es el objeto de arte el que interpreta al espectador al funcionar como objeto que causa su deseo y convoca su goce porque captura su mirada, pero, sobre todo, porque “le hace hablar”.
Toda interpretación del arte, también la psicoanalítica, yerra si no tiene en cuenta esta función del objeto, como tal, distinto del significante y del significado. Miller nos recuerda que el arte moderno comienza allí donde lo que no puede ser dicho puede ser mostrado e, incluso, exhibido.
María Zambrano en Claros del bosque, evocaba este agujero en la trama de la significación y de la representación como “el solo abismo que en el centro de la belleza (…), se abre.
Se abre como una flor que deja ver su cáliz, su centro iluminado, que luego resulta serle centro que comunica con el abismo (…) Y quien se asoma al cáliz de esta flor una, la sola flor, arriesga a ser raptado”1.
Por su parte, Stefan Zweig, seguramente más freudiano que lacaniano, recordaba que “nunca comprendemos una obra con sólo mirarla. Donde no preguntamos, nada aprendemos, y donde no buscamos, no encontramos nada”2.
Os invitamos a recorrer la historia del arte para localizar obras que muestren ese abismo, ese agujero, ese “no hay relación sexual”, falla estructural soporte de toda discordia. Y dejarnos raptar por ellas para, en 3.500 caracteres como máximo, dar cuenta de esa experiencia de satisfacción en el cuerpo y de esa imposibilidad del decir que es su marca.
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Notas:
- Zambrano, María. Claros del bosque, Alianza, Madrid, 2019.
- Zweig, Stefan. El misterio de la creación artística. Sequitur, Madrid, 2015, p. 38.
