Sexos y semblantes
Paloma Blanco
Entre el hombre y el amor
Hay la mujer.
Entre el hombre y la mujer,
Hay un mundo.
Entre el hombre y el mundo,
Hay un muro.
Antoine Tudal, París, año 2000.
Poema publicado en 1950 en un almanaque de París editado en ocasión de la celebración de los dos mil años de la ciudad. Citado por J. Lacan en “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”.
A partir del discurso los seres hablantes se reparten en hombres y mujeres. No se trata de naturaleza o biología sino de un efecto discursivo, producto de la relación sexual que no deja de no escribirse.
Es Freud el primero en dar noticia de la caída del padre, y el nacimiento del psicoanálisis se corresponde y testimonia del declive del semblante por antonomasia, y las consecuencias de ese declive.
El discurso tiene siempre en el imposible de la relación, en la no proporcionalidad entre los modos singulares de goce de cada cual, su telón de fondo. En el lugar de esta proporción que “no hay”, cada sujeto debe inventar un artificio, un semblante que le permita instrumentar la imposibilidad incurable para otorgarse un modo de gozar posible. “Todo lo que es discurso solo puede presentarse como semblante, y nada se construye allí sino sobre la base de lo que se llama significante”1. El semblante es una estructura dúctil que vela y revela, y vista de cerca, descubre el tejido de una red, una trama de nudos y agujeros en la que estamos capturados, embrollados, pero también sostenidos.
Sea el muro-“a-mur” poroso de Píramo y Tisbe, el velo de Penélope, o la trama de los relatos infinitos con los que Sherezade tejía la alfombra con la que sobrevolaba la muerte, los mitos muestran cómo el semblante es un saber-hacer-practicable con la imposibilidad que tenemos en común que atañe al sexo entretejido en las palabras y que desplaza su fuera de sentido sobre la muerte. Si el síntoma es el pasajero que todos llevamos dentro, el partener de goce que siempre nos acompaña, el semblante permite que el goce sea practicable porque lo hace condescender al encuentro con algunos otros, condescender a buscar los objetos de la pulsión en el campo del Otro. Hace así del artificio una ficción fecunda y no un engaño.
El poema de Tudal que encabeza el tercer capítulo de “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” apunta a que solo hay un significante, el significante fálico, para nombrar el goce y las diferentes posiciones sexuales, sean estas dos, veintiséis (transexual, polisexual, pansexual cisgénero, grisexual, agénero, persona de sexo no ajustado o non conforming, homorromántico, antrosexual, solo por citar algunos) o tantas como sujetos habitan el mundo. La posición sexual, aunque sea asexual, está referida e implica un posicionamiento en relación a ese significante o semblante. Sin embargo el poema apunta a algo más porque también convoca la contingencia del amor como efecto posible de esa disparidad irresoluble de los goces. Señala que la metonimia casi infinita de los objetos y lo real del mundo que introduce en el sujeto el goce de lalengua, constituyen el muro insalvable para resolver la lógica masculina de la incompletud o la lógica femenina de la inconsistencia. No hay amor posible sin agujero -feliz grieta en el muro de Píramo y Tisbe-, lo que implica que todo amor participa de una inscripción imposible. El mundo y su multiplicidad son la condición y la ratificación de la soledad que agujerea a cada uno en su singularidad.
No hay un universal que acoja la singularidad del goce en cada sujeto, ya sea hombre, mujer o utilicemos otras nomenclaturas para la orientación sexual. El puro “para todos” es un valor insuficiente para el uno por uno singular. La diferencia absoluta no posee una inscripción a priori. Si bien el goce fálico es una medida, en principio acorde para el goce masculino en la mayoría de los casos, se revela también incompleta para hacer con la imposibilidad, para resolver el “no hay” goce proporcional ni entre los sujetos ni entre los sexos.
No hay un único semblante que pueda acomodar las posiciones sexuadas del ser hablante porque no podría más que aparentar la diferencia, pero no inscribir su real. Tenemos que hablar de semblantes, en plural, como los Nombres del Padre, porque la verdadera naturaleza de los semblantes siempre revela su constitución sobre un fondo de ausencia. Un semblante es acertado cuando consigue incluir lo simbólico en lo imaginario, para poder así apuntar, aludir, re-velar el real, el “no hay” sobre el que se constituye. En el Seminario 18 Lacan argumenta con precisión cómo para un hombre una mujer llega a ser el falo, y la castración, en tanto que el falo toca lo real del goce sexual. Y, de la misma manera, el hombre puede llegar a encarnar el falo para la mujer, pero solo conseguirá el órgano del pene, por lo que quedará igualmente castrada.
En el Seminario 22, afirma que “el cuerpo hace semblante, semblante por el que se funda todo discurso”2. El cuerpo es el soporte del discurso, lo determina y carga cada palabra con el matiz de su enunciación. Marcando, por ejemplo, si aquel que habla se posiciona como hombre, como mujer, si rechaza tales categorías, etc; en definitiva, su posición singular frente al universal fálico. Siendo el semblante lo que el discurso puede subjetivar del cuerpo gozante.
Siguiendo la indicación de Lacan “busquen a la mujer"3 a veces encontraremos en el camino a un hombre. Y es que el semblante masculino que funciona -y no estamos hablando necesariamente del sexo biológico sino de una posición en relación al deseo y el goce-, puede dar signos a una mujer de que ella es tal. En esta lógica Lacan indica que la verdad de un hombre es su mujer y eso puede constituirla en su sinthome, tal como indica en el Seminario 23. Pero no siempre ocurre así y, además, el que un hombre crea en una mujer, que ella sea su verdad, no inscribe la relación hombre-mujer. Por otra parte, para las mujeres es necesario encontrar otro nombre para decir qué es un hombre para una mujer, no hay un sinthome universal. Un hombre puede hacer de una mujer su verdad, crearla creyendo en ella, pero eso no es igual para ellas porque el goce femenino está concernido pero no cernido por el falo. El estrago es una perspectiva de qué puede llegar a ser un hombre para una mujer, como un eco de lo que para ella supuso la ausencia de inscripción posible en lo simbólico del goce femenino.
Las mujeres, más cercanas a lo real, "no todas" en el semblante fálico, objetan este universal del significante y eso determina su particular tratamiento del semblante. El goce femenino produce una paradoja estructural según la cual el falo es el significante; es decir, el semblante del goce sexual, y a la vez que el lugar de la imposibilidad de simbolizar la relación entre los sexos. El falo es el semblante por antonomasia que posibilita las relaciones entre los sujetos, entre los sexos y al sexo, pero es el obstáculo para la relación sexual.
La última enseñanza de Lacan esclarece el funcionamiento del sinthome como la construcción singular de la relación al Otro sexo al Otro goce que implica al cuerpo y su acontecimiento, tanto para los hombres como para las mujeres, aunque no haya escritura de la relación sexual entre el Uno y el Otro. Así, se produce en este tramo final de su pensamiento un pasaje del semblante al sinthome.
En el episodio final de la serie True Detective la esposa del detective protagonista, tratando de dar cuenta de los desencuentros de la pareja, le dice a él: “entre tú y yo siempre hubo un niño muerto y una niña desaparecida”.
Notas:
- Lacan, J. (1971) El Seminario, libro 18, De un discurso que no fuera de semblante, Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 15.
- Lacan, J. (1975) El seminario, libro 22, R.S.I. Clase 7, 11 de marzo 1975. Inédito.
- Lacan, J. (1971), op. cit., p. 34.