Los dos goces
Marta Maside
El goce es lo que no sirve para nada1.
El psicoanálisis existe como práctica porque no hay relación sexual, es imposible formularla para el ser hablante2. La ausencia de una relación programada desde el instinto para los dos sexos, está determinada por la complejidad que introduce el lenguaje en el ser humano.
A esta ausencia de relación responde la presencia del goce, que adviene al cuerpo vivo atravesado por la palabra, agujereando todo ideal. Es por ello, que el goce produce síntomas. Dado que no se trata del mero placer, sino que va más allá de éste, como ya señaló Freud en 1920: más allá del placer encontramos la pulsión, que siempre se satisface, y que enmascarada en el síntoma, empuja a un goce que puede transgredir el propio bienestar.
El goce pulsional y la modalidad singular que toma para cada uno es frecuente causa de desencuentros, porque no es proporcional, ni complementario, ni previsible. Y aunque Lacan lo aísla al final de su enseñanza, generalizándolo bajo la forma del acontecimiento de cuerpo, en el recorrido que comporta para cada ser hablante - que puede ser localizado en un análisis -, tampoco es único.
El goce en su vertiente fálica está más ligado al sentido, para Lacan está fuera del cuerpo dado que es introducido por el lenguaje, que lo separa del goce que acontecería sin más en el cuerpo vivo3. Se organiza en torno al significante fálico, aquél que anuda los tres registros y que comanda en el síntoma, ocultando la fórmula pulsional que alberga, y que al final de una cura podrá ser reducido a la letra.
El otro goce, suplementario, que Lacan abordó en relación con el goce femenino, está ligado a la palabra, “la palabra de amor especialmente”. Deslocalizado, toma más bien la forma de ese goce que acontece en el cuerpo, está más próximo a lo real por cuanto acontece por fuera del lenguaje4. Y si es dicho suplementario, es porque puede acontecer o no: ni es necesario, ni es obligatorio.
A pesar de abordarlo respecto del goce femenino, ambas vertientes del goce, fálico y suplementario, están presentes de manera indistinta en cualquiera de los dos sexos. Lacan propuso entonces algo verdaderamente esclarecedor: masculino y femenino como categorías que no se ordenan por el sexo anatómico -lo cual es patente en la multiplicidad de las orientaciones e identidades sexuales que conviven hoy en día-, sino por la lógica que los ubica con respecto al goce.
En honor al grueso de la experiencia clínica y sus excepciones, se refirió al masculino como aquel que se orienta hacia el goce fálico, donde la economía libidinal se sustenta en el tener -el significante fálico, que proporcionaría el goce-; y al femenino como aquel que va más allá de éste, pese a participar también de lleno en él.
Del lado de la identificación sexual hombre, se coloca al objeto en el lugar de lo que no se percibe en el Otro, es decir su falta, la castración. El objeto tapona este espacio vacío donde se constituye el fantasma y desempeña el papel del partenaire. Esta operación le sirve para situarse como hombre y abordar a una mujer.
Este es un punto propicio para la discordia entre los sexos, pues confunde, con la mera voluntad de goce, lo que vela una imposibilidad estructural. Por eso Lacan decía que “se produce el goce que haría falta que no fuese. Es el correlato de que no haya relación sexual, y es lo sustancial de la función fálica”5.
Pero la función fálica solo permite abordar un objeto, prescinde del sujeto. “Hacer el amor, tal como lo indica el nombre, es poesía. Pero hay un abismo entre la poesía y el acto. El acto de amor es la perversión polimorfa del macho, y ello en el ser que habla”6. La poesía, del otro lado, pertenece al lenguaje, al registro del bien decir.
Continua: “para el hombre, a menos que haya castración, es decir, algo que dice no a la función fálica, no existe ninguna posibilidad de que goce del cuerpo de la mujer, en otras palabras, de que haga el amor. La experiencia analítica arroja este resultado”7.
La función que cumple el falo es posibilitar la relación sexual entre los seres hablantes, porque desmiente su imposibilidad: representación imaginaria de la potencia, tomada justamente del elemento que puso en evidencia su fracaso: “el goce, en tanto sexual, es fálico, es decir, no se relaciona con el Otro en cuanto tal8. Llegaría más lejos todavía: el goce fálico es el obstáculo por el cual el hombre no llega, diría yo, a gozar del cuerpo de la mujer, precisamente porque de lo que goza es del goce del órgano”9.
Las mujeres también están de lleno, entonces, dentro de la función fálica, puesto que el falo es el operador en la relación sexual, a la que acceden y de la que gozan tanto hombres como mujeres. Pero, además, existe otro goce en el cuerpo, que puede trascenderlo.
Del lado femenino, lo que está en juego es otra cosa. No es el objeto lo que viene a suplir esa relación sexual que no existe. Esta otra satisfacción no se desprende de la función que representa la potencia imaginaria, sino, más bien, todo lo contrario: de la ausencia de representación significante, que le permite habitar un poco por fuera del lenguaje10. “Hay un goce de ella, de esa ella que no existe y nada significa. Hay un goce suyo del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso sí lo sabe”11.
El goce llamado femenino se dirige a un partenaire en falta, un Otro barrado. Y por tomar en cuenta la falta, deja lugar al amor. Aquí toma forma, seguramente, la importancia de la palabra amorosa, palabra que nombra y otorga un lugar, que detiene un poco la errancia por fuera del lenguaje. Se trata también de “una cierta docilidad ante lo real”12, de la que testimonian los analizantes que concluyen sus análisis, y que Lacan asemejó a la posición del analista. Una vez liberado de la relación con el objeto que imponía el fantasma, el ser hablante puede dirigirse al otro y dejarse sorprender. Esta posición, más cercana al amor, fue designada como “el deseo de un bien en segundo grado, un bien cuya causa no es un objeto a”13.
Si bien el goce fálico comporta la objetalización del partenaire, obliterando su posición como sujeto deseante, el goce femenino también puede presentar una deriva hacia el sin-límite que empuja al estrago. Por carecer de representación significante, puede quedar atrapado en la metonimia, en la búsqueda constante del signo de amor, vuelto fetiche. La referencia a la mística y a la figura de San Juan de la Cruz da cuenta, por un lado, de esta independencia entre el sexo biológico y la posición de goce; por otro, de las renuncias que impone el amor sin límite.
El amor es lo que suple la relación sexual que no hay14 porque apunta a la falta, al ser, al sujeto de la palabra. Apunta al otro que habla y no tanto al Uno del cuerpo. Pero el parlêtre de Lacan no es solo un sujeto, es un cuerpo que habla; y es su signo de goce lo que puede provocar el deseo, en tanto el signo se refiere a un efecto del funcionamiento del significante15. Este es el principio del amor, el camino que hace posible que se una con el goce sexual16. Sabemos que el amor fracasa cuando se empeña en hacer de los dos Uno. Sólo puede tener éxito cuando está advertido de la imposibilidad, permitiendo que el goce condescienda al deseo17.
Con estas diversas piezas de engranaje, los seres hablantes inventan modos de relacionarse, se encuentran, y a veces, se aman, logran tolerar sus goces, heterogéneos.
Estas Jornadas serán una magnífica ocasión, entonces, para dar cuenta de las diversas lógicas, sus impases, y las posibilidades de invención.
Bibliografía:
- Brousse, M.H., II Conferencias Internacionales Jacques Lacan (FCPOL). “¿Dónde está lo femenino en la experiencia analítica?”. 11 de mayo 2019, Barcelona. Inéditas.
- Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 1981.
- Lacan, J. Intervenciones y textos II: La Tercera. Ed. Manantial, BsAs, 1993.
- Miller, J.A., El ser y el Uno. Curso 2010-11. Inédito.
Notas:
- Lacan, J. El seminario XX, Aún. Ed. Paidós, 1992, Bs As. Pág. 11.
- Ibíd. Pág. 17.
- Lacan, J. Intervenciones y textos II: La Tercera. Ed. Manantial, Bs As, 1993. “Si este es el caso en lo tocante al goce del cuerpo en tanto es goce de la vida, lo más asombroso es que ese objeto, el a, separa este goce del cuerpo del goce fálico”. Pág. 90.
- Ibíd., págs. 105-106. “Este goce del Otro, parasexuado, no existe, más aún, no podría, le sería imposible existir si no mediara la palabra, la palabra de amor en particular, que es de veras la cosa, debo decirlo, más paradójica (...) en ese goce del Otro se produce lo que muestra que así como el goce fálico está fuera-de-cuerpo, en esa misma medida el goce del Otro está fuera-de-lenguaje, fuera-de-simbólico”.
- Lacan, J. El seminario XX, Aún, op cit., p.74.
- Ibíd. Pág. 88.
- Ibíd. Pág. 88.
- Ibíd. Pág. 17.
- Ibíd. Pág. 15.
- Brousse, M.H., ¿Dónde está lo femenino en la experiencia analítica? II Conferencias Internacionales Jacques Lacan (FCPOL). 11 de mayo 2019, Barcelona. Inéditas.
- Lacan, J. El seminario XX, Aún, op. cit., p.90.
- Brousse, M.H., ¿Dónde está lo femenino en la experiencia analítica? II Conferencias Internacionales Jacques Lacan (FCPOL). 11 de mayo 2019, Barcelona. Inéditas..
- Lacan, J. El seminario XX, Aún, op. cit., p.93.
- Ibíd. pág. 59.
- Ibíd. pág. 64.
- Ibíd. pág. 64.
- Lacan, J. El Seminario. Libro 10: La angustia. Ed. Paidós, Bs As, 2007, pág. 194.