El principio de «Ana Karenina»

La novela la Tolstoi empieza con la sencilla y genial frase de “Todas las familias felices se parecen, las desgraciadas lo son cada una a su manera”, es una frase que, sin forzarla, remite a nuestro tema de la discordia, pues indica que del lado de la armonía, en la concordia existe el universal, una forma igual para todos, en cambio del lado de la falla, no hay una mala relación igual para todos: cada uno falla a su manera. Es un modo, literario, de introducir la ausencia del universal en el encuentro entre los sexos.

Esta frase me servirá para introducir un breve apunte clínico: hace tiempo atendí a un joven angustiado por las dificultades de los primeros años de matrimonio. Su matrimonio fue por amor, celebrado e incluso admirado por amigos y familiares, lo tenían todo –como se suele decir- para ser felices. Pero pronto aparecieron diferencias incompatibles, tensiones innombrables, más allá del malestar, se dolía de la falta de transmisión simbólica, de no tener referentes. Más aún, denunciaba el engaño generalizado, como la creencia ilusoria en los Reyes Magos –sin ser lo mismo- donde todos se ponen de acuerdo en sostener una ilusión, algo que no existe para nadie. El joven, más que el malestar, pone en primer plano la desaparición de referentes para afrontar el desencuentro, se encuentra con un agujero en el lugar del Otro. Pero, ¡cuidado! aquí hay algo crítico, pues en la medida que la verdad de la función fálica, es decir que “no existe la relación sexual”, está borrada –hay como un acuerdo de silencio y disimulo- la verdad misma retorna desde lo real causando desgracias a veces irreparables. Por esto es importante que el psicoanálisis, como bien de utilidad pública, diga e incluya en el discurso la verdad del falo: “no hay relación sexual”, es importante para sostener no tanto la ausencia del Otro, sino un lugar vacío, para que cada uno construya una alternativa singular y satisfactoria al desencuentro sexual.

Me gustaría comentar algo sobre la ausencia de referente sexual y la discordia entre los sexos. Dentro de mis lecturas, siempre limitadas, he detectado que el término “discordia” tiene un lugar destacado en el seminario 19, así como en el escrito del “Atolondradicho”, en cambio en el seminario 20 y posteriores, prácticamente no aparece. Efectivamente como J.A. Miller señala en su curso del “Partenaire-síntoma”, habría como una frontera, un cambio decisivo entre ambos seminarios, este cambio que inaugura la última enseñanza, se centra respecto a la concepción del gran Otro. El acento se traslada desde concebir al Otro como lugar del significante, abstracto y descarnado, pasa a estar representado por el cuerpo vivo, un Otro de carne y hueso. Es un cambio de acento con enormes repercusiones, si anteriormente y dentro de la estructura significante no hay relación entre los sexos, una vez introducido el gran Otro como cuerpo de goce, es posible formar pareja, no al nivel significante sino al nivel del goce, goce del Otro como síntoma.

El término discordia estaría referido a las fórmulas de la sexuación que divide en dos mitades al ser de lenguaje: hombre y mujer, y Lacan se plantea –desde la aplicación de la lógica proposicional a la estructura significante del discurso- qué posibilidades de relación hay entre estas dos mitades, para responder que: a nivel del significante “no existe relación”. No obstante habría el malentendido de la discordia, es decir que es posible formular una relación de oposición entre los sexos, pero al precio de –Lacan lo dice expresamente- escabullirse respecto del no-toda. En el nivel de la función fálica, hay relación con el sexo, pero no entre los sexos. La discordia reduce al otro sexo al nivel del semejante, hace la ilusión de hacer con 1 y 0 el dos.

Tomaré una referencia del seminario 19, en el capítulo de la “Partenaire desvanecida” para ubicar este lugar y función de la discordia, dice: “En el nivel de lo que funciona, es decir, la función fálica, hay meramente esa discordia que acabo de recordar. O sea que de uno y de otro lado –se refiere a las formulas de la sexuación - no estamos, por esta vez, en la misma posición. De un lado tenemos el universal fundado en una relación necesaria con la función fálica, y del otro lado una relación contingente, porque la mujer es no toda1.

Pero ¿cómo entender en esta ocasión, a propósito de la discordia, este no toda que hace posible una relación de oposición entre sexos? Me parece, la cita siguiente va en esta dirección, que Lacan pone en valor la parte fálica del goce dual de la mujer, para entrar en oposición, disputa o complemento fálico con la parte masculina. Es el no-todo entendido como “alguno”.

Lacan en el texto del “Atolondradicho”2 dice: “Es el No-Toda, señalémoslo, quien, por escabullirse ahí como discordia, erige al hombre en su estatuto que es de homosexual/hombre sexual. No por mis oficios, subrayo, sino por los de Freud, quien le devuelve este apéndice, y con todas sus letras.”

La discordia, me parece que Lacan la sitúa del lado de la función fálica como un movimiento de “escabullirse”, una suplencia de la “no hay relación sexual” del lado del semblante. Otra cosa es el partenaire-síntoma como medio de goce, donde en vez de la discordia lo que hace posible la relación es el síntoma como acceso al Otro sexo.

No obstante estas dos vertientes del Otro: la del goce del significante, y el goce del cuerpo, son dos caras de lo mismo, pues como indica J.A. Miller en su curso3: “No hay goce del cuerpo sino por el significante, y hay goce del significante solo porque el ser de la significancia está enraizado en el goce del cuerpo”. Esta unidad nos hace retomar el término de la discordia, esta vez no respecto de la oposición de un mismo goce fálico para los dos sexos, sino que en el lugar de la ausencia del gran Otro, aparece un goce discordante fuera del universal, un goce que, solo el discurso analítico puede demostrar su presencia, y hacer que ex –sista como síntoma en la estructura del significante.

Notas:

  1. Lacan, Jaques, Seminario 19, Paidós, p.102.
  2. Lacan, Jaques, El atolondradicho, Otros escritos, Paidós, p.492.
  3. Miller, Jaques-Alain, El partenaire-síntoma, Paidós, p.398.
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