Madame Bovary: enamorarse del enamoramiento

“Un homme, au contraire, ne devait-il pas tout connaître, exceller en des activités multiples, vous initier aux énergies de la passion, aux raffinements de la vie, à tous les mystères? Mais il n’enseignait rien, celiu-là, ne savait rien, ne souhaitait rien. Il la croyait heureuse; et elle lui en voulait de ce calme si bien assis, de cette pesanteur sereine, du bonheur même qu’elle lui donnait.”

"¿Acaso un hombre no debía conocerlo todo, destacar en múltiples actividades, iniciar a la mujer en las energías de la pasión, en los refinamientos de la vida y en todos los misterios? Pero este no le enseñaba nada, no sabía nada, no deseaba nada. Creía feliz a su mujer, y ella le reprochaba aquella calma tan impasible, aquella pachorra apacible, hasta la felicidad que ella le proporcionaba."

Gustave Flaubert, Madame Bovary, Madrid, Cátedra, 1986, p.126

Flaubert concibe en 1857 el personaje de Madame Bovary, que llega a convertirse en el paradigma de la insatisfacción humana en razón de la posibilidad que tiene el ser hablante de pensarse otro que el que es.

Emma, hija de un campesino adinerado, se pasa la vida leyendo novelas románticas, soñando con los brillos de la ciudad, con la belleza y el enamoramiento. Ella, nos dice Flaubert “quería conocer el sentido exacto de las palabras felicidad, pasión y enajenamiento”. Para huir de los límites estrechos de su existencia, se casa con el primer hombre que se prenda de ella y se cree por eso enamorada, pero la ansiada felicidad no llega. Comienza entonces a ver a su marido, Carlos, como un hombre bruto y mediocre, incapaz de colmar sus elevadas expectativas.

Carlos es un marido enamorado que desea complacer a su mujer, más a pesar de todos sus intentos, solo logra producir en ella aburrimiento y hastío. Emma lo encuentra gris y falto de aspiraciones y con el tiempo la insatisfacción con la vida apacible que él le proporciona se va transformando en franca hostilidad hacia este hombre que ella encuentra burdo y poco refinado, incapaz de colmar sus deseos de “otra cosa”. Desde su posición masculina Carlos se (des)orienta en la creencia de que lo que su mujer desea es una vida acomodada junto a su legítimo marido y ser madre. La calma y la estabilidad que Carlos le ofrece generan en Emma una frustración abrumadora que la conduce a desafiar las convenciones y lanzarse sucesivamente en brazos de dos amantes, Leon y Rodolfo, con los que tampoco encontrará la ansiada felicidad.

La maestría con la que Flaubert describe el malestar de Emma ante la imposibilidad de obtener del hombre lo que la colmaría sitúa a “Madame Bovary” como una obra imperecedera. La aspiración de Emma a la pasión y el enajenamiento la envían a una vía por fuera de la homeóstasis y la felicidad que supuestamente resultarían de la calma burguesa que le ofrece el matrimonio. Su expectativa de “grandes estallidos y fulguraciones” en el amor, la abisma hacia lo ilimitado femenino. Persiste hasta la muerte en no admitir que ningún hombre le puede devolver lo que está perdido por estructura y que ese tipo de demanda amorosa solo la puede llevar al estrago y la devastación.

Emma está enamorada, no de un hombre concreto, sino del amor idealizado, no encarnado por nadie en particular. No logra salir de la demanda infinita de amor a cada uno de los hombres a los que se entrega y orientarse por un deseo propio.

En la cita que hemos recortado se recogen los pensamientos de Emma que nos muestran que vive presa de la aspiración hacia un saber que ella supone que existe sobre la felicidad y el amor, saber que ella espera de un hombre. Emma muere consumida en ese goce ilimitado y destructivo que no le permite amar ni ser amada. Su marido, Carlos, incapaz de comprender qué quiere su mujer ni de ponerle un límite a su errancia, muere destrozado por el dolor por su pérdida, atribuyendo a la fatalidad el impulso que llevó a su mujer a arrojarse en brazos de otros hombres, a endeudar a la familia y a dejar desamparada a Berthe, la pequeña hija de ambos.

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