Pasajes

¿...puede expresar el verbo algo más que

una parte de la realidad?

W. Gombrowicz: Ferdydurke.

Valga esta cita para ilustrar la dificultad que supone hablar de los pasajes al acto en el contexto de las relaciones afectivas donde puede producirse la discordia. Dado que en este texto, lejos de pretender elaborar una tesis sobre dichos pasajes al acto, sólo aspiro a plantear preguntas sobre tales acontecimientos que tanta alarma social suscitan quiero, hacer una primera puntualización al colocarlas en el contexto de “relaciones afectivas” como modo de un vínculo social en el que tanto el amor como el desamor o el odio se incluyen.

Para tratar de delimitar un marco en el que estos acontecimientos se producen entiendo que hay que preguntarse por la época de los mismos, y ésta no es otra que la época del desprestigio del Nombre del Padre, del desprestigio de la autoridad que pone límites al goce. Es lo que hace que estos actos haya que entenderlos como pasajes al acto en los que no hay Otro, con lo que el sujeto queda solo frente a sí sin la ayuda de la culpa con la que poder construir un síntoma que pusiera límites, ni un fantasma que diera contexto a dichos límites. Es llamativo en este sentido que en este tipo de acontecimientos, desde los asesinatos conyugales hasta los malos tratos en adolescentes o el acoso escolar, la culpa, en este caso en el sentido más punitivo del término, venga casi exclusivamente del ámbito de lo social, de la ley en ejercicio, es decir, del castigo.

J.A. Miller, en su seminario Extimidad1, retoma la idea de Lacan de que un hombre y una mujer son dos razas distintas en lo que respecta a sus respectivos goces. Llegados a este punto, y en el contexto que acabo de describir, cabría preguntarse si no hemos llegado al extremo en el que simplemente el otro, el semejante, es el que es considerado de otra raza y por tanto susceptible de ser depositario de todo mi odio en cuanto que distinto.

Creo que en este contexto se entiende algo mejor la secuencia asesinato-suicidio que muchas veces se produce en la violencia de género, o el suicidio de adolescentes víctimas del acoso escolar.

También este contexto de la caída en el desprestigio del Nombre del Padre permite apuntar argumentos para entender la transformación de la anterior pareja-síntoma en una suerte de goce solipsista en el que el otro de la pareja ha devenido en un simple objeto de goce, culpable por tanto de mi propia insatisfacción. ¿Es en este contexto en el que se puede pensar la agresión a los objetos del otro, los hijos por ejemplo, como una simple venganza, o incluso entender el por qué es al otro que si muestra satisfacción, en los estudios por ejemplo, a quien se hace objeto de todo el odio que acumulo porque yo no puedo compartir ese goce que en el otro vivo como gratuito mientras que a mí me requiere esfuerzo?

Otra de las consecuencias que cabe pensar del desprestigio del Nombre del Padre es, como se viene repitiendo muchas veces, la feminización del discurso en el sentido de una preponderancia del goce de La mujer frente al goce subsidiario de la castración, cuya entidad y cuya consistencia depende de este Nombre del Padre hoy considerado como prescindible. Así, si en el amor es el amado quien tiene, el que puede representar a mi objeto causa de deseo2 con la ascensión del goce al lugar del deseo la pregunta ¿qué quiere el otro?, ¿qué quiere la mujer? se preguntará Freud al final de su obra, deviene en un ¿qué quiero yo?, pregunta en la que el otro quedará transformado en simple objeto de goce que, además de desechable, se me aparecerá siempre como culpable de mi insatisfacción tras la satisfacción inmediata del encuentro con este objeto y su posesión.

Para aligerar un poco este panorama tan aciago, terminaré aludiendo a un término inglés que nos recuerda Enric Berenguer en su texto para estas Jornadas titulado “Fantasmas masculinos del no-todo. Lo múltiple, el tercero y la infidelidad femenina al falo”. Cito: “(La degradación que depende de un horizonte de devaluación generalizada) -recordemos que es la castración sustentada por el Nombre del Padre la que da valor al partenaire como nos recordara Freud en sus consideraciones sobre la vida amorosa- se tiende a normalizar incluso en formas ligth de maltrato que fácilmente pasan desapercibidas, disimuladas en un discurso ambiguo sobre la igualdad que encubre efectos distintos en función de la posición sexuada. Pero estas sutilezas se velan en el contexto de una equiparación a la baja, cuando hombres y mujeres se vuelven igualmente susceptibles y evaluables en función de condiciones eróticas formateadas en la lógica del “match” (usado en a aplicación Tinder para indicar una relación probable).”

Centrémonos en este término inglés “match” que en dicho idioma hace referencia a la idea de igual pero diferente (The courtains and the vase match perfectly: las cortinas y el jarrón combinan perfectamente), complementariedad que alcanza incluso a las cuestiones del amor (Love match: matrimonio por amor).

Pero también puede traducirse como “partido, combate”, lo que remite a la idea de rivalidad, de una rivalidad que incluye la posibilidad de la derrota, derrota que si la remitimos a la dialéctica del Amo y el Esclavo, se limitará a la consecuencia de la lucha entre dos Amos rivales en alanzar el prestigio del goce satisfecho.

Concluiré, por tanto con una última pregunta: en el panorama que nos ha quedado dibujado ¿puede ser construido un Discurso del Amo que sostenga el discurso de un sujeto en tanto que para este discurso es necesaria la fracción de la derecha (S2/a), es decir, la del Esclavo sabiendo hacer con su objeto?

Notas:

  1. Cf. Miller, J.A.: Extimidad, Ed. Paidós, Bs As, 2010, p. 55.
  2.  Sobre este tema vid., por ejemplo, Miller, J.A., op. cit., p.95-96.
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