Sobre “Elisa y Marcela”, dos críticas discordantes

Para el psicoanálisis, los semblantes son el conjunto de elementos simbólicos e imaginarios modulados por los discursos predominantes de cada momento histórico.

El material narrativo presente en las disciplinas artísticas, en particular en la literatura y el cine, es fuente inagotable de personajes arropados con los semblantes de cada época, pretéritas, presentes e incluso las que se adivinan para el futuro. Los autores se sirven de ellos para representar, entre otros, la relación entre los sexos y los diferentes modelos por donde han transitado la construcción histórica de la sexualidad.

La última película de Isabel Coixet, Elisa y Marcela, y las críticas dispares que ha obtenido su producción, son un ejemplo de esto. Nos referiremos a dos, que presentan visiones discordantes, una escrita por Javier Ocaña y otra por Amanda Mauri. Al primero de ellos la representación le parece anacrónica, mientras que la segunda defiende que ese aggiornamento es una apuesta política y estética de su autora.

La película se sitúa en Galicia, en el paso del siglo XIX al XX, y cuenta la historia real de dos mujeres que vivieron una intensa historia de amor, llegando incluso a casarse por la Iglesia porque una de ellas usó ante la sociedad un semblante masculino, un disfraz, en un acto claramente transgresor.

En “Elisa y Marcela: la mirada errónea”1, Javier Ocaña basa su crítica en la ausencia de conflicto interno en la relación lésbica, algo impropio para la época y el ambiente rural en el que se desarrolla, donde las dos mujeres tienen un conocimiento de sus cuerpos y del deseo mutuo más propio de ahora.

Por el contrario, Amanda Mauri, en “La voz de Elisa y Marcela”2, defiende la idea de que es posible presentar una relación lésbica ausente de conflicto interno. En su opinión, la autora describe un espacio íntimo, donde muestra lo que denomina “disidencia sexual” como alternativa a la norma, que se traduce en un comportamiento más libre. Un espacio interior como refugio afectivo y transgresor.

¿Con cuál de las dos opiniones mostrarse de acuerdo? Es posible que desde la experiencia del psicoanálisis las consideraciones de Mauri den más juego a nuestro propósito. El lenguaje narrativo adoptado por Coixet en su película es el de trasladarnos una experiencia gozosa de carácter íntimo. En una de las escenas iniciales, los cuerpos de Elisa y Marcela se aproximan y se tocan, apenas sin palabras, en el primer encuentro fortuito que el azar les ha deparado. A partir de ahí se pone de relieve, mediante escenas explícitas filmadas por la autora, un goce femenino intrépido que desafía al poder masculino con determinación, un goce vivo fuera de la norma fálica. “(Una mujer), al ser no-toda, […] tiene, en relación al goce que designa la función fálica, un goce suplementario”3. Suplementario, dice, no complementario. Y subraya: “Existe un goce, […], goce del cuerpo, que está, […], más allá del falo, […].”4

El lenguaje cinematográfico utilizado por Coixet en esta obra, que participa también de la dificultad de representar aquello de real que escapa a lo simbólico, ha optado por inventar un espacio íntimo, de semblante atemporal, un refugio afectivo que, incluso, las sitúa en el confín de una tierra desconocida, y que nos deja con la incógnita de si mereció la pena.

Notas:

  1.  Javier Ocaña: “Elisa y Marcela: la mirada errónea”, En El País, 24 de mayo de 2019.
  2.  Amanda Mauri: “La voz de Elisa y Marcela”, En El País, 14 de junio de 2019.
  3.  Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 20, Aún, Ed. Paidós, Bs. As., 1992, p. 89.
  4.  Ibíd., p. 90.
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