De la disarmonía a la opacidad: un recorrido

Mónica Marín

Monica Marin

La disarmonía

El Seminario 4 de Lacan, La relación de objeto, en el que la lógica del falo como significante del deseo alcanza todo su desarrollo, puede ser leído como un seminario sobre la mujer. En él, Lacan plantea, a partir de datos de la clínica, que la madre es también una mujer destacando más allá de la madre, el deseo de una mujer en tanto que desea el falo.

En el Seminario 5, Las formaciones del inconsciente, la madre es una mujer a la que hay que suponer “en la plenitud de sus capacidades de voracidad femenina”1 que está en la dialéctica fálica, pero que a la vez tiene acceso a algo primitivo e instintual que la sitúa en una relación directa con el objeto. Y en el Seminario 6, El deseo y su interpretación, nos presenta a la madre de Hamlet, Gertrudis, como una “verdadera genital”2.

Más adelante en su enseñanza, en su texto de 1960, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”3 y también en el seminario 20, Aún, Lacan planteará que la sexualidad femenina implica una dimensión de goce que subvierte el campo en cierto modo estrecho de la problemática fálica.

Pero volvamos al Seminario 4 en el que introduce la noción del falo en el centro de la relación del sujeto al objeto, definida como relación sobre una ausencia simbolizada por éste, como tercer término inherente a la relación entre el sujeto y el objeto.

Es sobre esta noción que Lacan fundará la disarmonía fundamental que existe entre los sexos. La cuestión no es la oblatividad ni el reconocimiento pleno del otro, que postulaba la corriente psicoanalítica del momento. Para él, contrariamente a los sostenedores de la relación de objeto, no hay ni maduración genital ni entendimiento armónico entre los sexos.

Lacan parte de la consideración de que el deseo es causado a partir de un objeto que falta. Una falta de objeto, declinada según los tres registros imaginario, simbólico y real: el objeto siempre faltante.

El deseo no tiene nada de natural en el ser hablante, se deduce de una operación significante, Lacan pone la significación fálica como significación del deseo de la madre, y plantea que el falo no sería tanto el órgano –como lo quería la tradición psicoanalítica– sino un significante. Y es con él que Lacan interrogará las dimensiones del ser y del tener en las relaciones entre los sexos. Lo que permitirá situar cómo un sujeto puede identificarse al tipo ideal de su sexo.

Recordemos: primero el deseo del sujeto es de ser el falo, es decir lo que falta a la madre. Segundo tiempo: la madre no lo tiene y el niño no lo es. Tercer tiempo: el que lo tiene es el padre, quien lo recibió de su propio padre sobre el fondo, previamente, de la castración. Es por esto que Lacan, en esa época, lo escribirá - φ , como objeto faltante, falo imaginario y no el órgano.

El falo como símbolo de la diferencia deviene el único símbolo del goce en el inconsciente, es el único significante que puede fundar una relación entre los dos sexos. Lacan hablará entonces del fracaso permanente de la supuesta armonía preestablecida entre el hombre y la mujer, en la medida en que no hay en lo simbólico una fórmula de relación tipo entre los sexos que conserve la marca de un desarreglo no contingente sino esencial de la sexualidad humana.

El deseo sexual no es natural, no se dirige naturalmente al partenaire. Todo el goce no es anulado por la castración, hay un residuo, pequeño a, que ya está situado en el texto La significación del falo4 como causa del deseo. Es este residuo, causa de deseo, lo que, en el caso del hombre, es proyectado sobre la mujer. La castración simbólica, permite esencialmente una transposición de la significación fálica del cuerpo propio, bajo la forma del goce de la masturbación, al cuerpo del otro: gozar de la mujer donde se hubiera gozado del pene. Lo que es índice de una proyección de la significación fálica en el partenaire femenino.

Por un lado la mujer, no lo tiene, está privada del elemento del deseo, es el Otro del amor que da lo que no tiene; y por el otro, el hombre, busca el elemento del deseo ligado al falo, allí donde puede, bajo un rasgo singular con el que se resguarda, transportando este objeto sobre el otro.

Las prácticas sexuales masculinas se realizan sobre diversos semblantes falicizados que dan forma al partenaire. Según el caso, el rechazo a la feminidad, en el sentido de la castración femenina, tiene grados variables, culminando en el verdadero fetichismo.

Es lo que conducirá a Lacan a plantear el deseo masculino próximo al deseo perverso por su carácter fetichista: el objeto tiene siempre carácter de fetiche.

Lo que a su vez es coherente con la teoría de la primacía del falo y con la inexistencia de La Mujer y de la no-relación sexual, debido a que la relación entre los sexos pasa por la mediación del falo, cada uno de ellos se ubica en relación a este significante y no hay, entonces, relación natural entre el uno y el otro, no se goza del cuerpo del otro, pues el goce depende del falo. Y no hay un significante para decir La Mujer.

En esta perspectiva, una mujer no es partenaire del hombre en tanto tal, pues la condición para él de la elección de objeto no es sólo la de elegir un individuo femenino: la mujer ha de ser el soporte del falo y solo es investida a ese título. La elección de objeto por parte del hombre es la elección de una condición tanto como la de un fetiche que instaura un goce sustraído al cuerpo propio, y es, como tal sustituto de esa falta, el cuerpo de la mujer en su totalidad puede serlo también.

Empalidece así, toda ilusión de armonía genital. No hay, fundamentalmente una relación armoniosa entre un hombre y una mujer, el goce sustraído al Otro es ineliminable, el objeto completa al Otro, lo que pone en cuestión, de manera radical la idea de una posible complementariedad entre los sexos.

Discordancia

En el seminario 20, Aun, el goce está articulado a lo real de la no relación sexual. La no relación deriva del hecho de que hay dos goces, lo que Lacan metaforiza usando la paradoja de Zenón5 que matematiza la inaccesibilidad del encuentro entre los dos sexos. En la lógica fálica que funciona con los números naturales no se puede llegar nunca a recubrir el infinito de los números reales, Aquiles no alcanzará jamás “el goce suplementario “de la tortuga. No hay relación sexual porque no hay relación entre el infinito del lado del goce fálico y el infinito del goce del lado no-fálico.

En Aún, Lacan estableció que el verdadero partenaire del sujeto no es el Otro, porque no existe, sino el objeto a. Es la razón por la cual encontramos en las fórmulas de la sexuación una flecha que parte del lado masculino para ir hacia el lado femenino donde se sitúa el objeto a. El hombre cree esperar a la mujer, pero a lo que se dirige es en realidad al objeto a y al goce, siendo el goce fálico el obstáculo por el cual el hombre no llegaría gozar del cuerpo de la mujer, porque es del goce del órgano de lo que goza6, lo que otorgaría a la sexualidad masculina un cierto aire casi autístico que no conduce verdaderamente hacia el Otro sexo.

Del lado femenino Lacan destaca un goce sexual que se orienta hacia el falo como objeto, “…para realizarse a porfía del deseo que la castración libera en el hombre…”7 que se calca por otra parte del fantasma masculino.

Agrega que hay en la sexualidad femenina una apertura al Otro, no opone el goce cerrado masculino al goce abierto de la mujer, más bien establece que del lado femenino hay un goce cerrado en el cual se desliza un suplemento de goce abierto, lo que lleva a la invención del no-todo lacaniano.

La mujer está no- toda en el goce fálico, hay algo en plus, un goce del cuerpo más allá del falo. Si la mujer tiene un goce fálico, lo es del objeto a que ella es para el hombre. Y si al mismo tiempo se abre hacia el Otro, más específicamente hacia el punto de incompletud del Otro : S(A/) , resulta que se trata de un goce que parece loco, sin límites pero que, precisa Lacan, es puntual, y además no se ordena bajo un significante que en el inconsciente definiría a la mujer .

Es también un goce que demanda el amor aún y aún, que puede llegar hasta el éxtasis. Es especialmente del lado femenino (aunque los hombres pueden colocarse también aquí), que se puede amar al Otro más que a sí mismo.

Así pues, encontramos en el Seminario 20 una nueva lógica: la del goce no-fálico o la del no-todo. El goce suplementario propio a lo femenino, es también goce del cuerpo más allá del falo. A lo largo de todo el seminario, Lacan se dirige hacia lo femenino construyendo esta lógica, en tanto ella nos orienta a una clínica del goce.

En la construcción de esta clínica del goce, en un primer tiempo se dirige a cernir lo propio de ese otro goce, infinito y fuera del lenguaje. Luego, lo generalizará hasta hacer de ello el goce como tal, fuera de todo sistema, es el goce reducido a acontecimiento de cuerpo.

En su conferencia Joyce el síntoma8, Lacan define el síntoma como un acontecimiento de cuerpo. Esta nueva definición del síntoma en su versión de goce toma en cuenta un desplazamiento del inconsciente sobre el cuerpo y del cuerpo sobre el sinthome, sabiendo que es necesario adjuntarle la marca del acontecimiento y su modalidad lógica, la contingencia, que la noción de acontecimiento moviliza e implica.

Y es en este registro que se sitúa la experiencia de goce, su emergencia siempre singular para el ser hablante,

Esto nos lleva a preguntarnos qué sería una pareja desde el punto de vista del goce, es decir de lo real. En su curso El partenaire síntoma J-A Miller9 dice que se trata de un goce que se instala con el partenaire-síntoma. Lo que puede definirse como lo que del Otro deviene medio, instrumento de goce, aquello del Otro que permite gozar del propio cuerpo.

La pareja, es entonces, la relación entre un hombre y una mujer, entre un hombre y un hombre, una mujer y una mujer, etc., donde uno es para el otro, medio de goce. Lo que une a los partenaires es una sola y misma cosa: el síntoma.

Y lo que desencadena el amor es el encuentro contingente, en el partenaire de síntomas y afectos que marcan en cada uno la huella de su exilio de la relación sexual. En la contingencia se resume lo que hace que la relación sexual funcione, para el ser hablante, sólo en el régimen del encuentro.

El falo no da cuenta ni de lo necesario ni de lo imposible, tampoco reparte distribuyendo entre el hombre y la mujer sino entre el ser y el tener, relación que se sustituye al no hay relación sexual que pueda escribirse. No liga al hombre y la mujer, no media entre ambos, sino que reenvía a cada uno a su propio modo de goce y da cuenta de la incompatibilidad entre el ser y el tener. Por ello, como antedicho, Lacan dice que es el obstáculo para que el hombre pueda gozar del cuerpo de la mujer y viceversa.

Llegados a este punto del recorrido ¿podríamos considerar que los parámetros de la vida contemporánea modifican, simplemente, los medios de goce en forma de síntomas, sin que la relación al deseo y a la sexualidad suponga otra cosa que bricolajes singulares, que van variando según el discurso ambiente y el movimiento del mundo?

Sigamos con Lacan para responder que no es así.

Opacidad sexual

En el Seminario 23, El sinthome10, plantea que todo ha de ser retomado desde el principio a partir de la opacidad sexual: “Por eso todo debe retomarse al comienzo a partir de la opacidad sexual. Digo opacidad, porque, en primer lugar, no nos damos cuenta de que lo sexual no establece de ningún modo ninguna relación.”

Nada hay en el encuentro entre el uno y el otro que asegure a cada uno lo que es en esa relación. En consecuencia, sólo hay responsabilidad sexual.

Y porque lo sexual es el punto en el que no hay garantía de una relación, nos resta inventar, a partir de esta no respuesta, la respuesta propia de cada uno. Pero en esta invención se nos escapa lo que de ella toca a lo real. Es lo que Lacan intentará atrapar con el nudo.

Notas:

  1. J. Lacan, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, p.212, Ed. Paidós 1999.
  2. J. Lacan, Libro 6, El deseo y su interpretación, p. 317, Ed. Paidós 2014.
  3. J. Lacan, “Ideas directivas…”, Escritos 2, Ed. Siglo XXI, 1980.
  4. J. Lacan, “La significación del falo”, Escritos 2, p. 280, Ed. siglo XXI, 1980.
  5. J. Lacan, Libro 20, Aún, p.15, Ed. Paidós 1981.
  6. Ibid.
  7. J. Lacan, “Ideas directivas…”, Escritos 2, p.290, Ed. Siglo XXI, 1980.
  8. J. Lacan, “Joyce, el síntoma”, Libro 23, El sinthome, p. 159, Ed. Paidós 2006.
  9. J.A.Miller, El partenaire-síntoma, p. 272, Ed. Paidós 2008.
  10. J. Lacan, Libro 23, El sinthome, p. 62, Ed. 2006.
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