Citas: J. Lacan
Escritos 1
No es que reduzcamos a la oposición primaria de lo oscuro y de lo claro la pareja veterana del yin y del yang. Pues su manejo exacto implica lo que tiene de cegador el brillo de la luz, no menos que los espejos de que se sirve la sombra para no soltar su presa.
Aquí el signo y el ser maravillosamente desarticulados nos muestran cuál de los dos tiene la primacía cuando se oponen. El hombre bastante hombre para desafiar hasta el desprecio la temida ira de la mujer sufre hasta la metamorfosis la maldición del signo del que la ha desposeído.
Pues este signo es sin duda el de la mujer, por el hecho de que en él hace ella valer su ser, fundándolo fuera de la ley, que la contiene siempre, debido al efecto de los orígenes, en posición de significante, e incluso de fetiche. Para estar a la altura del poder de ese signo, lo único que tiene que hacer es permanecer inmóvil a su sombra, encontrando en ella por añadidura, tal como la Reina, esa simulación del dominio del no-actuar que solo el “ojo de lince” del Ministro ha podido traspasar.
J. Lacan, El Seminario sobre “La carta robada”, Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 25.
Para atenernos a una tradición más clara, tal vez entendamos la máxima célebre en la que La Rochefoucauld nos dice que “hay personas que no habrían estado nunca enamoradas si no hubiesen oído nunca hablar del amor”, no en el sentido romántico de una realización totalmente imaginaria del amor que encontraría en ello una amarga objeción, sino como un reconocimiento auténtico de lo que el amor debe al símbolo y de lo que la palabra lleva de amor.
J. Lacan, “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 253.
La ley primordial es pues la que, regulando la alianza, sobrepone el reino de la cultura al reino de la naturaleza entregado a la ley del apareamiento. La prohibición del incesto no es sino su pivote subjetivo, despojado por la tendencia moderna hasta reducir a la madre y a la hermana los objetos prohibidos a la elección del sujeto, aunque por lo demás no toda licencia quede abierta de ahí en adelante.
J. Lacan, “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 266.
Por eso enseñamos que no hay solo en la situación analítica dos sujetos presentes, sino dos sujetos provistos cada uno de dos objetos que son el yo y el otro, dando a este otro [autre] el índice de una a minúscula inicial. Ahora bien, en virtud de las singularidades de una matemática dialéctica con las cuales habrá que familiarizarse, su reunión en el par de los sujetos S y A sólo cuenta en total con cuatro términos, debido a que la relación de exclusión que juega entra a y a´ reduce a las dos parejas así anotadas a una sola en la confrontación de los sujetos.
J. Lacan, “La Cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en Psicoanálisis”, Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 412.
Escritos 2
Para ello, la relación polar por la que la imagen especular (de la relación narcisista) está ligada como unificante al conjunto de elementos imaginarios llamado del cuerpo fragmentado, proporciona una pareja que no está solamente preparada por una conveniencia natural de desarrollo y de estructura para servir de homólogo a la relación simbólica Madre-Niño. La pareja imaginaria del estadio del espejo, por lo que manifiesta de contranatura, si hay que referirla a una prematuración específica del nacimiento en el hombre, resulta ser adecuada para dar al triángulo imaginario la base que la relación simbólica pueda en cierto modo recubrir.
J. Lacan, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. 533-534.
Lo que hace que el objeto se presente como quebrado y descompuesto, es tal vez otra cosa que un factor patológico. ¿Y qué tiene que ver con lo real ese himno absurdo a la armonía de lo genital?¿Habrá que tachar de nuestra experiencia el drama del edipismo, cuando debió ser forjado por Freud justamente para explicar las barreras y los rebajamientos (Erniedrigungen), que son los más banales en la vida amorosa, aunque fuese la más plena?
J. Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos vol. 2, Méjico, Siglo XXI, 2003, pp. 586-587.
Pero ¿cómo puede ser amada otra (¿acaso no basta para que la paciente lo piense con que su marido la considere?) por un hombre que no podría satisfacerse con ella (él, el hombre de la rebanada de trasero)? Ahí está puesta en su punto la cuestión, que es muy generalmente la de la identificación histérica.
J. Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos vol. 2, Méjico, Siglo XXI, 2003, p. 606.
Es la ocasión de hacer captar al paciente la función de significante que tiene el falo en su deseo. Pues es en cuanto tal como opera el falo en el sueño para hacerle recobrar el uso del órgano que representa, como vamos a demostrarlo por el lugar al que apunta el sueño en la estructura donde su deseo está tomado. (…) Pues para nuestro paciente de nada sirve tener ese falo, puesto que su deseo es serlo. Y el deseo de la mujer aquí cede al suyo, mostrándole lo que ella no tiene. (…) Pero sería revelarle sobre eso menos de lo que le dice su amante: que en su sueño, tener el falo no le impedía en absoluto desearlo. En lo cual es su propia carencia de ser la que se encontró alcanzada.
J. Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos vol. 2, Méjico, Siglo XXI, 2003, pp. 612-613.
Hombre de deseo, de un deseo al que siguió contra su voluntad por los caminos donde se refleja en el sentir, el dominar y el saber, pero del cual supo revelar, él solo, como un iniciado en los difuntos misterios, el significante impar: ese falo cuya recepción y cuyo don son para el neurótico igualmente imposibles, ya sea que sepa que el otro no lo tiene o bien que lo tiene, porque en los dos casos su deseo está en otra parte: es el de serlo, y es preciso que el hombre, masculino o femenino, acepte tenerlo y no tenerlo, a partir del descubrimiento de que no lo es.
J. Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos vol. 2, Méjico, Siglo XXI, pp. 622-623.
Pero el lugar que el niño ocupa en la estirpe según la convención de las estructuras del parentesco, el nombre de pila [prénom en francés] que a veces lo identifica ya con su abuelo, los marcos del estado civil y aun lo que denotará su sexo, son cosas estas que se preocupan bien poco de lo que él es en sí mismo: ¡que surja pues hermafrodita, a ver qué!
J. Lacan, “Observación del informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de la personalidad”, Escritos vol. 2, Méjico, Siglo XXI, 2003, p. 633.
Es sabido que el complejo de castración inconsciente tiene una función de nudo. (...) a saber la instalación en el sujeto de una posición inconsciente sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo, ni siquiera responder sin graves vicisitudes a las necesidades de su partenaire en la relación sexual, e incluso acoger con justeza las del niño que es procreado en ellas.
J. Lacan, “La significación del falo”, Escritos vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 665.
La homosexualidad masculina, conforme a la marca fálica que constituye el deseo, se constituye sobre su vertiente, mientras que la homosexualidad femenina, por el contrario, como lo muestra la observación, se orienta sobre una decepción que refuerza la vertiente de la demanda de amor.
J. Lacan, “La significación del falo”, Escritos vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 675.
El hecho de que la feminidad encuentre su refugio en esa máscara por el hecho de la Verdrängung inherente a la marca fálica del deseo, acarrea la curiosa consecuencia de hacer que en el ser humano la ostentación viril misma parezca femenina.
J. Lacan, “La significación del falo”, Escritos vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 675.
Interesa al punto mismo sobre el que quisiéramos en esta coyuntura llamar la atención: a saber la parte femenina, si es que este término tiene sentido, de lo que se pone en juego en la relación genital, en la cual el acto del coito ocupa un lugar por lo menos local.
J. Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”, Escritos, vol. 2, México, Siglo XXI, 2003, p. 704.
La oposición bastante trivial entre el goce clitoridiano y la satisfacción vaginal ha visto a la teoría reforzar su motivo hasta alojar en él la inquietud de los sujetos, incluso llevarla hasta el tema, si es que no hasta la reivindicación, sin que se pueda decir que su antagonista haya sido elucidado con más justeza.
J. Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina” Escritos, vol. 2, México, Siglo XXI, 2003, p.706.
(…) conviene preguntar si la mediación fálica drena todo lo que puede manifestarse de pulsional en la mujer, y principalmente toda la corriente del instinto materno. ¿Por qué no establecer aquí que el hecho de que todo lo que es analizable sea sexual no implica que todo lo que sea sexual sea accesible al análisis?
J. Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”, Escritos, vol. 2, México, Siglo XXI, 2003, p.709.
¿Podemos confiar en lo que la perversión masoquista debe a la invención masculina para concluir que el masoquismo de la mujer es una fantasía del deseo del hombre?
J. Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”, Escritos, vol. 2, México, Siglo XXI, 2003, p.709.
Y de reconocer a la vez que el analista está tan expuesto como cualquier otro a un prejuicio sobre el sexo, fuera de lo que le descubre el inconsciente.
Recordemos el consejo que Freud repite a menudo de no reducir el suplemento de lo femenino a lo masculino al complemento del pasivo al activo.
J. Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina” Escritos, vol. 2, México, Siglo XXI, 2003, p.710.
Si la posición del sexo difiere en cuanto al objeto, es con toda la distancia que separa a la forma fetichista de la forma erotomaníaca del amor.
J. Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”, Escritos, vol. 2, México, Siglo XXI, 2003, p.711.
(…) la castración no podría deducirse únicamente del desarrollo, puesto que supone la subjetividad del Otro en cuanto lugar de su ley. La otredad del sexo se desnaturaliza por esta enajenación. El hombre sirve de relevo para que la mujer se convierta en ese Otro para sí misma, como lo es para él.
J. Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”. Escritos, vol. 2, México, Siglo XXI, 2003, pp.710-711.
Pues suponer que la mujer misma asume el papel del fetiche, no es si no introducir la cuestión de la diferencia de su posición en cuanto al deseo y al objeto.
J. Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”. Escritos, vol. 2, México, Siglo XXI, 2003, p. 713.
(…) la sexualidad femenina aparece como el esfuerzo de un goce envuelto en su propia contigüidad (…) para realizarse a porfía del deseo que la castración libera en el hombre dándole su significante en el falo.
J. Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”, Escritos, vol. 2, México, Siglo XXI, 2003, p.714.
Escuchemos más bien al propio Kant ilustrarlo una vez más.
“Supongamos”, nos dice, “que alguien pretenda no poder resistir a su pasión, cuando el objeto amado y la ocasión se presentan, ¿acaso si se hubiera alzado un patíbulo delante de la casa donde encuentra esa ocasión, para atarle a él inmediatamente después de que hubiera satisfecho su deseo, le sería todavía imposible resistir a él?
J. Lacan, “Kant con Sade”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. 760-761.
El derecho al goce, si fuera reconocido, relegaría a una era desde ese momento caduca la dominación del principio del placer.
J. Lacan, “Kant con Sade”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 765.
De los imprevisibles quanta con que tornasola el átomo amor-odio en la vecindad de la Cosa de donde el hombre emerge con un grito, lo que se experimenta, después de ciertos límites, no tiene nada que ver con aquello con que se sostiene el deseo en el fantasma que precisamente se constituye por esos límites.
J. Lacan, “Kant con Sade”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. 766.
Lo que el psicoanálisis demuestra referente al deseo en su función que podemos llamar más natural puesto que es de ella de la que depende el mantenimiento de la especie, no es únicamente que está sometido en su instancia, su apropiación, su normalidad, para decirlo todo, a los accidentes de la historia del sujeto (noción del traumatismo como contingencia), es además que todo esto exige el concurso de elementos estructurales que, para intervenir, prescinden precisamente de esos accidentes, y cuya incidencia inarmónica, inesperada, difícil de reducir, parece sin duda dejar a la experiencia un residuo que pudo arrancar a Freud la confesión de que la sexualidad debía llevar el rastro de alguna rajadura poco natural.
J. Lacan, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Escritos. vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003 p. 792.
Haríamos mal en creer que el mito freudiano del Edipo dé el golpe de gracia sobre este punto a la teología. Pues no se basta por el hecho de agitar el guiñol de la rivalidad sexual. Y convendría más bien leer en él lo que en sus coordenadas Freud impone a nuestra reflexión; pues regresan a la cuestión de donde el mismo partió: ¿Qué es un Padre?
.J. Lacan, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p.792.
El Edipo sin embargo no podría conservar indefinidamente el estrellato en unas formas de sociedad donde se pierde cada vez más el sentido de la tragedia.
Partamos de la concepción del Otro como lugar del significante. Todo enunciado de autoridad no tiene allí más garantía que su enunciación misma.
J. Lacan, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp.792-793.
A lo que hay que atenerse, es a que el goce está interdicto para quien habla como tal, o también que no puede decirse sino entre líneas para quienquiera que sea sujeto de la Ley, puesto que la Ley se funda en esta interdicción misma.
J. Lacan, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente Freudiano”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 801.
El paso de la (-φ) (fi minúscula) de la imagen fálica de uno a otro lado de la ecuación de lo imaginario a lo simbólico, lo hace positivo en todo caso, incluso si viene a colmar una falta. Por muy sostén que sea del (-1), se convierte allí en Φ (Fi mayúscula), el falo simbólico imposible de hacer negativo, significante de goce. Y es este carácter del Φ el que explica tanto las particularidades del abordamiento de la sexualidad por la mujer, como lo que hace del sexo masculino el sexo débil respeto de la perversión.
J. Lacan, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente Freudiano”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 803.
No hay otra vía en que se manifieste en el sujeto una incidencia de la sexualidad. La pulsión en cuanto que representa la sexualidad en el inconsciente no es nunca sino pulsión parcial. Esta es la carencia esencial, a saber la de aquello que podría representar en el sujeto el modo en su ser de lo que es allí macho o hembra. (...) A esto es a lo que queremos llegar en este discurso, que la sexualidad se reparte de un lado al otro de nuestro borde en cuanto umbral del inconsciente, como sigue:
Del lado del viviente en cuanto ser apresable en la palabra, (…) no hay acceso al Otro del sexo opuesto sino por la vía de las pulsiones llamadas parciales donde el sujeto busca un objeto que le sustituya esa pérdida de vida que es la suya por ser sexuado.
J. Lacan, Posición del Inconsciente, Escritos, vol. 2, México, Siglo XXI, 2003, p. 828.
Todo el problema de las perversiones consiste en concebir cómo el niño, en su relación con la madre, relación constituida en el análisis no por su dependencia vital, sino por su dependencia de su amor, es decir por el deseo de su deseo, se identifica con el objeto imaginario de ese deseo en cuanto que la madre misma lo simboliza en el falo. (…) Pues el inconsciente muestra que el deseo está aferrado al interdicto, que la crisis del Edipo es determinante para la maduración sexual misma.
J. Lacan, “Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 831.
(…) la castración es el resorte enteramente nuevo que Freud introdujo en el deseo, dando a la carencia del deseo el sentido que había permanecido enigmático en la dialéctica de Sócrates, aunque conservado en la relación del Banquete (…) En su búsqueda, Alcibíades enseña el cobre del embuste del amor, y de su bajeza (amar es querer ser amado), en la que estaba dispuesto a consentir.
J. Lacan, “Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. 831-832.
(…) las pulsiones son nuestros mitos, ha dicho Freud. No hay que entenderlo como una remisión a lo real. Es lo real lo que mitifican, según lo que es ordinario en los mitos: aquí el que hace el deseo reproduciendo en ello la relación del sujeto con el objeto perdido.
J. Lacan, “Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 832.
El sujeto está, si puede decirse, en exclusión interna de su objeto.
.J. Lacan, “La ciencia y la verdad”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 840.
No nos parece en absoluto inaccesible a un tratamiento científico el que la verdad cristiana haya tenido que pasar por lo insostenible de la formulación de un Dios Trino y Uno. (...) Y lo que oculta una máquina tan bien hecha, cuando le sucede que se enfrenta a la pareja de Adán y Eva en la flor de su pecado es por cierto de una naturaleza como para ser propuesto a una imaginación de la relación humana que no rebasa ordinariamente la dualidad.
J. Lacan, “La ciencia y la verdad”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, pp. 851-852.
¿(...) división del sujeto? Ese punto es un nudo. Recordemos donde lo desanuda Freud: en esa falta de pene de la madre donde se revela la naturaleza del falo. El sujeto se divide aquí, nos dice Freud, para con la realidad, viendo a la vez abrirse en ella el abismo contra el cual se amurallará con una fobia, y por otra parte recubriéndolo con esa superficie donde erigirá el fetiche, es decir la existencia de pene como mantenida, aunque desplazada.
J. Lacan, “La ciencia y la verdad”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 856.
Revelando del falo mismo que no es nada más que ese punto de falta que indica en el sujeto.
J. Lacan, “La ciencia y la verdad”, Escritos, vol. 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 856.