El orden del tiempo

Margarita Bolinches

Margarita Boliches

Las cosas se transforman una en otra según necesidad y se hacen mutuamente justicia según el orden del tiempo.

Anaximandro.

La palabra discordia con la marca del prefijo dis, es el modo de nombrar lo que se presenta, en la vida de los parlêtres, como separación. Hiancia imposible de suturar que sin embargo, los constituye. El psicoanálisis acoge esa discordia constitutiva y creadora de síntomas, para fundamentarla y saber hacer con ella.

¿Saber hacer qué? Desde luego no una feliz y duradera concordia. Ésta dura lo que dura… Si planteamos que con-cordar no es lo mismo que a-cordar, se abre una vía para ese parlêtre de hacer anudamientos y desanudamientos de objeto.

Freud y Lacan nos mostraron hasta dónde puede alcanzar el deseo de saber, alcanzaron a bordear lo imposible de esa hiancia de la que extraer trozos de real. Piezas sueltas, invenciones singulares a nombrar.

Discordia de un hombre, Freud, dividido entre seguir la demanda de su prometida de ir a su encuentro o quedarse y presentar su investigación. Sabemos lo que eligió, no sin consecuencias. Escuchar a sus histéricas, dejarse engañar por ellas y, a modo de cortocircuito, dejar abierta la pregunta ¿qué quiere una mujer?

Lacan impulsado por Spinoza y su amor intelectual de Dios1, encontró su instante de ver. Comenzó entonces su búsqueda con Aimé, amada, el delirio de ser La mujer amada. Sus últimos seminarios dejan el momento de concluir abierto y cuestionado: La inhibición en el lugar de la beatitud, los redondeles de cuerda entrelazándose en figuras topológicas. Con ellas, indica Jacques-Alain Miller, en su curso de orientación del 2006-07, Lacan nos conduce a “la importancia del tejer”2, reverso del “ágalma de eternidad”3.

“¿ Cuánto tiempo es para siempre?”- pregunta Alicia- “A veces solo un segundo”, responde el Conejo Blanco.

Y sí, ese es precisamente el valor que creo fundamental de la discordia en la que Lewis Carroll nos introduce y nos lleva de sorpresa en sorpresa por el maravilloso y terrible laberinto de las paradojas lógico-matemáticas.

“A veces solo un segundo”, magnífica refutación de esa aspiración a la eternidad, que sigue atravesando todas las civilizaciones. La respuesta del Conejo Blanco tiene la función de corte.

J.-A. Miller decía en su curso Sutilezas analíticas que el factor tiempo “es una cantidad pero imposible de cuantificar, en el sentido de incalculable con antelación, y en particular porque está en contacto directo con el goce. Y añade ¿Todo forzamiento del factor tiempo debe sin embargo desconocer su naturaleza?4

Goce y tiempo, materialidad del tejer una escritura, una imagen real de la que inventar un nombre. Pero hace falta tiempo. Y en un análisis, el tiempo que hace falta y nada más.

A Freud en 1915, en su ensayo “La transitoriedad”, le llamaba la atención, no sin disgusto, que sus dos compañeros de excursión se lamentaran porque ese paisaje de una belleza primaveral fuera a desaparecer cuando llegara el invierno. A uno lo nombra amigo taciturno, al otro se trataba de un joven pero ya célebre poeta. Llamativo dos significantes, “taciturno” y esa referencia al adverbio de tiempo “ya”, como la consecución de un prestigio en un breve tiempo conseguido por el joven poeta . Prestigio al que Freud era proclive a valorar. En cuanto a “taciturno” el amigo se mostraba callado pero con el matiz de apesadumbrado, triste o melancólico.

No es por casualidad que planteara en este artículo sus ideas sobre el duelo y la melancolía que desarrolló meses después.

Freud interpreta entonces estas dos posiciones desde el hastío y la rebeldía como “dos tendencias psíquicas distintas” que no son más que “una exigencia de eternidad” que, “deja traslucir demasiado que es un producto de nuestra vida desiderativa como para reclamar un valor de realidad. (…) Le discutí al poeta pesimista que la transitoriedad de lo bello conllevara su desvalorización”5.

“¡ Al contrario, un aumento del valor! El valor de la transitoriedad es el de la escasez en el tiempo. La restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable”.

El tiempo como duración para el parlêtre, tiene su dignidad e indignidad en ese duro deseo de durar joyciano. Por eso Freud opondrá lo real del tiempo en los ciclos de la naturaleza, que –dice- “puede definirse como eterno en proporción al lapso que dura nuestra vida”6. Podríamos preguntarnos aquí también ¿hasta cuándo? La concepción de la periodicidad cíclica de la Naturaleza ha dejado de ser una representación posible ante el empuje científico y técnico.

Hace poco tiempo, regalé una geoda a unas personas muy queridas. Dicen los entendidos que las geodas no son minerales. Su apariencia exterior es la de una sencilla y simple piedra, sin embargo no es compacta sino agujereada. Se necesita tiempo para que su superficie áspera vaya envolviendo y creándose alrededor del agujero, a modo de cámara oscura, en la que allí, sí, puedan asociarse ciertos minerales creando cristales de cuarzo de diferentes colores.

El amor más digno del que Lacan supo indicarnos puede ser una metáfora de la geoda, topología tórica del cuerpo, doblemente agujereado y generado por el cristal de lalengua. Geometría de una textura posible porque consiente a tejerse inventando cómo hacer para que los hilos de lalengua se entretejan entre los agujeros y bordeen el orden del tiempo.

Hoy en día y en un futuro cercano más aún, nos encontramos con lo que Lacan vino a nombrar con el neologismo trumanos7, que nada quieren saber de ese cuerpo agujereado. Tonel de las Danaides por donde todo sentido se escapa.

Intentando esclarecer, distinguir en los enredos semánticos infinitos de los discursos actuales sobre genitalidad, sexualidad, género. La sobreabundancia de información vela lo real en juego. En esos discursos se solapan, se desplazan y se confunden términos que solo sirven para hacer consistir el ser identitario: femenino, masculino, trans, queer, etc.

El problema actual del rechazo al cuerpo, son modos de defensa del otro goce en el que la discordia es interna al parlêtre y su goce otro. Mientras tanto, la discordia “entre” los sexos da a ver que es el Otro el que falta a su cita con la concordia, “siempre posible” en el horizonte.

La preocupación del parlêtre por su cuerpo, tanto en su modalidad “taciturna”, lo que lleva a la reivindicación de eternidad, como en la modalidad de lamento del joven poeta, cuya respuesta se traduce hoy en día, por el cuidado exigente de la performance de un cuerpo bello y joven, nos lleva a fenómenos de desanudamientos de lo imaginario y lo simbólico. Pero ignorar lo real y sus consecuencias llevan a lo peor. El “nada es imposible” para la ciencia y su sombra tecnológica guía a los desengañados del Otro que no existe. Sin embargo y por eso mismo, vemos imperar la exigencia del goce.

Hace poco tiempo, encontré en una serie de TV llamada Years and Years, se anunciaba como “una distopía de un futuro próximo”. En ella se mostraba ese empuje a la eternidad, a salir del tiempo, como nos indicaba Lacan, y su traducción taciturna como rechazo del cuerpo frágil y contingente dispuesto al sacrificio en aras de ser un ser virtual eterno.

Una adolescente -siempre taciturna- se cubre el rostro y deforma su voz con un filtro digitalizado. Su modo de comunicarse, mínimo y simple, con los padres es a través de es filtro representándola con imágenes infantiles estandarizadas. En este caso se trataba de la imagen de un perrito o de un bebé sonriente que se iban intercambiando según las respuestas. También su voz quedaba distorsionada con un timbre metalizado, de maquina parlante.

La discordia trágico-cómica de una generación a otra, con sus malentendidos, se presenta cuando la madre insiste una vez más. Quiere hablar con ella, sin esa barrera que le separa y le impide aproximarse a su hija. El padre titubea pero se suma al pedido de su esposa. Le proponen pues, “conversar” de lo que le/les afecta. Reproduzco aproximadamente dicho diálogo:

HIJA: Creo que hace mucho tiempo, estoy incómoda. Que este no es mi cuerpo. He leído sobre esto y creo que soy trans.

PADRE: Cariño eso no importa, si tenemos un hijo en vez de una hija, te querremos igual.

HIJA: No habéis entendido, no soy transexual.

PADRE: Bueno no se dice así se dice género…

HIJA: Quiero ser transhumana!

MADRE: No entiendo esa palabra ¿cuál es la diferencia?

HIJA: No quiero cambiar de sexo ¡Quiero librarme de mi cuerpo! Esa cosa de brazos y piernas. Por eso quiero librarme de él, de esta cosa. No quiero ser de carne y hueso. Quiero escaparme de todo esto y virtualizarme. Digitalizarme. He leído que te cogen el cerebro y te lo descargan en la nube (entonación embelesada). ¡Quiero vivir para siempre como información!

PADRE: ¿Y tu cuerpo?

HIJA: El cuerpo se recicla en la tierra. A donde voy no hay ni vida ni muerte, solo datos.

MADRE: ¡Ni hablar! ¡Te prohíbo que te conectes con todo eso!

Hoy en día y quizá en un futuro cercano, encontramos sujetos que nada quieren saber de ese cuerpo agujereado y sometido al orden del tiempo. Sienten su cuerpo como un fardo que les impide ser eternos en la nube digital. Rechazo absoluto del cuerpo del que se quieren deshacer porque les limita. Los avances científicos y técnicos renuevan ese antiguo sueño de eternidad con la apariencia de lo nuevo. Otro modo de salir del tiempo, de escapar ilusoriamente de la castración. ¿Qué es, por otra parte, la crionización? ¿Nueva versión de la resurrección de los muertos? Ya está comercializada y tiene clientes…

El análisis es una invitación a tejer y destejer demanda, deseo y goce. El amor de transferencia es su condición. Es una apuesta por alcanzar ese gay saber de la discordia estructural a todo parlêtre. Propone saber hacer con el goce y sus exigencias de otro modo. El sinthome fue la respuesta que nos dio Lacan, un modo de vivir la subjetividad de la época. Porque el sinthome está hecho de ese factor tiempo, éxtimo.

Es posible entonces en la resonancia del silencio, en la contingencia de un instante, que el tiempo se desanude del espacio y el sinthome venga a decir el nombre propio de esa fugacidad ciñendo el tejido de un cuerpo.

Quizá imaginar lo real es una apuesta posible a una invención, no sin un resto que empuja a seguir haciendo relieve en los pliegues del tiempo, que son los pliegues de la subjetividad de nuestra época.

¡Más luz!, exclamó Goethe antes de morir.

Notas:

  1. Spinoza, Benedictus de. Ética demostrada según el orden geométrico. Edit Trotta 2009. Libro V, proposición 32: “Del tercer género de conocimiento brota necesariamente un amor intelectual hacia Dios. Pues del citado género surge una alegría que va acompañada por la idea de Dios como causa suya, esto es, un amor hacia Dios, no en cuanto que nos imaginamos a Dios como presente, sino en cuanto que conocemos que es eterno; a esto es a lo que llamo amor intelectual de Dios”.
  2. Miller, Jacques-Alain. El ultimísimo Lacan, clase del 6 de junio de 2007, Ed. Paidós 2013, p. 268.
  3. Miller, Jacques-Alain. El ultimísimo Lacan, clase del 6 de junio de 2007, Ed. Paidós 2013 p. 270.
  4. Miller, Jacques-Alain. Sutilezas analíticas, clase del 3 de diciembre de 2008, Ed. Paidós 2011, p. 81.
  5. Freud, Sigmund. La transitoriedad (1916), Amorrortu editores 2000, p. 309-10.
  6. Ibid.
  7. Lacan, Jacques. “ Seminario 25”, inédito. Clase 5, 17 de enero de 1978: No hay relación sexual en los trumains. Neologismo homofónico entre “ les trumains” y “ l’etre humain-s”. También en relación al agujero que aproximadamente viene a decir que el hombre es incluso un verdadero colador.
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