Citas: Jacques-Alain Miller
2010-2019
No es verdad que haya acá reciprocidad porque el otro sexo como tal, para ambos sexos, es el sexo femenino. Es el Otro sexo tanto para los hombres como para las mujeres. De ahí que el sujeto histérico, para quien esa cuestión humana fundamental tiene toda su intensidad, espere siempre alcanzar una respuesta a través de una mujer. Freud había visto esto a su manera, manera que se dobló, se curvó un poco, por su relación con Fliess y su concepto de bisexualidad. Fue su modo de decir que el sujeto histérico se identifica con el hombre, toma su lugar, para plantear su pregunta sobre la femineidad.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 106.
Recordemos el "tú eres mi mujer", que en francés es homófono con "maten a mi mujer", que era el ejemplo que daba Lacan de la palabra verdadera que sella el verdadero reconocimiento entre los sujetos. (…) época en que creía en el acuerdo simbólico de los sexos. (…) Esa homofonía nos muestra que sería erróneo imaginar que "tú eres mi mujer" es la verdadera palabra por la que reconozco al otro sexo como otro sujeto, como si pudiese reconocer a una mujer como mi otro genérico. Si esa homofonía no estuviese presente, podríamos creer que Lacan imaginó fundar en esa época las relaciones sexuales en la palabra de reconocimiento. Esta fórmula está muy lejos del "no hay relación sexual" que formuló más tarde. La hiancia central no es la de lo imaginario sino la hiancia que se abre en lo simbólico mismo por la falta de relación-proporción sexual.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 142.
Porque a nivel de la pulsión no hay Otro, en todo caso no hay Otro sexo, la pulsión no se ordena de acuerdo con la diferencia de sexos. Por eso se puede discutir la gramática freudiana de la pulsión, que Freud repartió entre las vertientes de lo activo y de lo pasivo, que en definitiva construyó ese monstruo que es el sadomasoquismo. Ordena de acuerdo con la diferencia de sexos.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 169.
No hay que confundir el aprendizaje del ser humano con el hecho de que el mundo en el cual vive, nace, es un mundo de lenguaje. En ese mundo hay muchas cosas, por ejemplo, la diferencia de los sexos; y no es fácil nacer como hermafrodita, hay una estructuración y está el deseo de los que están antes en el mundo.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 207.
Una cosa que enseña la experiencia analítica es hasta qué punto un sujeto está perdido en el mundo, hasta qué punto el sujeto está ubicado en un no saber esencial. Lacan tradujo eso diciendo: "No hay relación sexual formalizable entre los sexos". Es decir que no se sabe qué es el Otro sexo, cómo definirlo. No hay en la especie humana la relación sexual que existe entre los animales, donde es suficiente para uno encontrar el individuo del otro sexo para que sea adecuado, solamente porque es del otro sexo y se reconoce como tal.
En la especie humana hay condiciones de amor: un hombre no reconoce a todas las mujeres, necesita algunos detalles que lo conducen o lo detienen. Y lo mismo ocurre con una mujer.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 274.
El lado femenino es, en el sentido de Lacan, el que permanece en estado de dispersión. ¿Qué es lo que explica Freud en “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa"? Dice que es improbable para un hombre tener todas las mujeres en una y que en este sentido la sexualidad masculina entraña una divergencia que es constitutiva del deseo del lado masculino. Por el contrario, tratándose de las mujeres, pueden hacer converger en un mismo hombre su amor y su deseo. (…) Cuando Lacan dice que no hay relación sexual, es una constatación de imposibilidad la que hace que no se escriba la relación de cada sexo con el otro sino la relación de cada sexo con la función fálica, que no es lo mismo.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 62.
Para retomar el tema de la elección. Si hay elección de objeto, según Freud, es porque no hay relación sexual, porque los hombres y las mujeres no pueden reconocerse como tales puramente. Deben tener otros signos específicos, distintos para cada uno, para poder reconocer al objeto del otro sexo que puede convenirle. Por eso hay, si se plantea la perversión con respecto a lo que sería la relación sexual si existiera, "perversión generalizada". Cuando uno toma como patrón de medida, como referencia, la relación sexual corno tal, parece, efectivamente, que la perversión está en todos lados. Y es por eso también que la relación sexual, que no existe, está usualmente codificada a través del discurso del amo. Es decir que, como no hay una relación sexual "hombre y mujer" como tal, en la que puedan reconocerse como tales y sin signos específicos, en su lugar lo más común es utilizar la relación del amo y del siervo para cifrarla; con la cuestión, siempre presente, de quién es el amo y quién el siervo.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, pp. 243-244.
"Lo que hace el vínculo es el amor". Así, el amor tiene, como término intermedio, un aspecto imaginario; hay un engaño del amor y un engaño –también– del amor de transferencia. Pero hay, por otro lado una vinculación del amor con lo real del goce. En este punto es tan difícil que se encuentra establecida la "condición de amor" freudiana, la Lie- besbedingung, con sus múltiples aspectos. Primero, como desencadenado tiene un aspecto simbólico: es necesario un sistema, es necesaria la presencia de ciertos rasgos sistematizados. Segundo, tiene un aspecto imaginario: es necesaria la presencia de una imagen, de un espectáculo. Y, tercero, tiene también un aspecto de goce: asegura el goce, es una modalidad de goce. Por lo tanto, creo que la condición de amor puede ser discutida en esos tres niveles.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 249.
[A propósito de una pregunta sobre si la palabra de amor puede ser la envoltura formal del síntoma]. Lo interesante en eso sería diferenciar palabra y escritura, ya que la escritura permite cernir de otra manera el goce. La letra y la carta de amor en la medida en que es escrita permiten cernir el goce de manera precisa pero diferente de la palabra. Porque la palabra de amor se dice en la presencia, se dice cuando hay, precisamente, i(a), cuando la imagen del otro es su presencia. Y, en cierto modo, la presencia misma vuelve a las palabras de amor inútiles o vacías. Si uno piensa, las palabras de amor son jaculaciones, metáforas bruscas que tienen –fuera de la relación– algo de tonto. Son los famosos ejemplos de Lacan. Por el contrario las cartas de amor son inteligentes –hay toda una literatura de correspondencia amorosa–, porque ellas se hacen en la ausencia del objeto. Eso es lo más verdadero: se hacen con relación al objeto perdido, como una llamada a un objeto que quizá no va a venir y donde hay un pedido al ausente.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 248.
Así, hay que ver en qué momento Freud habla de la "condición de amor". Habla, por ejemplo, en "El hombre de los lobos" –en el penúltimo capítulo–, cuando se ve con claridad que el hombre de los lobos responde automáticamente a cierto tipo de encuentro. Cuando él encuentra una mujer joven agachada limpiando el piso, hay acá –dice Freud– una imagen que produce en é1 la excitación sexual e, inmediatamente, la elección de objeto. Esto muestra lo que es la "condición" para Freud: una disposición que desencadena automáticamente el deseo sexual y hace elegir ese objeto como objeto de amor. Este es el uso del término "amor" en Freud.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 240.
Durante un tiempo fui especialista de la lógica del significante, pero es mucho más divertido introducir los elementos de una lógica de la vida amorosa. Porque existen los elementos de una lógica donde el "genuino", como lo dice Freud, está fundamentalmente prohibido, que es otro modo de decir que el objeto está siempre perdido, lo que se traduce en términos de Lacan por la interdicción del goce.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 242.
Ahora, y para introducirnos en la lectura de los textos sobre la vida amorosa, Freud es tan lacaniano en estos textos que su entrada la hace con la constatación de que entre el hombre y la mujer, en el tipo particular de elección de objeto, el Otro está presente. Ustedes conocen la teoría del "tercero perjudicado" en estos textos: es decir, la elección de un objeto femenino que está en posesión de otro hombre. Y Freud reflexiona: ¿Por qué sería necesaria esa condición? ¿Por qué para que un hombre desee a una mujer debe ella ser propiedad de otro hombre? Ustedes pueden ver sus teorías: los celos, etcétera... Pero lo importante, lo fundamental, es que él introduce la cuestión del Otro entre el hombre y la mujer. Así, no se trata de un reconocimiento inmediato, por parte del hombre, de la mujer a elegir sino de una mediación por la referencia al Otro. Y en la medida en que a partir de esa referencia como "condición de amor" el hombre puede relacionarse con la mujer, en el momento en que, como Freud dice, el otro desaparece, otro tanto ocurre con el amor.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 244.
Todos los objetos de amor están destinados a ser principalmente unos subrogados de la madre; se vuelve comprensible la formación de series (...). En efecto, el psicoanálisis nos enseña, también por medio de otros ejemplos, que lo insustituible eficaz dentro de 1o inconsciente, a menudo se anuncia mediante el relevo sucesivo en una serie interminable. Y tal, justamente, porque en cada subrogado se echa de menos la satisfacción ansiada.
Lo que Freud llama "lo insustituible eficaz dentro de lo inconsciente" es el goce como inolvidable, y la cuestión que se puede anunciar es de qué nivel son las condiciones de amor, que hay condiciones a nivel significante y condiciones propiamente de goce.
J.-A. Miller, Conferencias porteñas: tomo I, 1ª ed., Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 245.
La divinización del objeto a es precisamente lo que se observa en lo que Lacan nos presentó como paradigma del flechazo (…) en el encuentro de Dante con Beatriz. (…) Bastó con que esta pequeña volviera sus ojos hacia él. El punto de partida, que anuncia la entrada dominante del dios del amor, es, como pueden ver, un divino detalle, esa mirada que es exactamente un apéndice del cuerpo que hasta Lacan no había sido diferenciado en esa función…El amor está aquí provocado por divinos detalles, por un desecho exquisito que también el amor recubre, y tenemos entonces el flechazo de Dante.
J.-A. Miller, “Detalles”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, pp. 15-6.
¿Qué enseña el psicoanálisis sobre el amor? Y en particular, al hecho de que el partenaire está fundamentalmente indeterminado para el sujeto, lo que en Freud queda encubierto por el término bisexualidad. Cuando se trata de la indeterminación estructural del partenaire, el sujeto solo puede encontrarlo dando un rodeo por la condición de amor. Al mismo tiempo, hay que decir que el sexo inconsciente tampoco está determinado, y por eso no solo hablamos de sexo sino también de sexuación.
J.-A. Miller, “Detalles”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 17.
El amor (…) es lo que permite al goce –que podría en efecto, satisfacerse solo– condescender al deseo (…). ¿Por qué condescender al deseo? Basta con saber la etimología del verbo desear. Desiderare quiere decir (…) “lamentar una ausencia” y para ello hace falta que el goce, que podría satisfacerse en el propio cuerpo, acepte llegar a lamentar una ausencia, es decir, a tener que pasar por el cuerpo del Otro. (…) esto es lo que se llama fetichismo y es que (…) uno puede conformarse con un zapato. Pero en este caso se habla del precisamente del goce y no del amor. Sin embargo, hay un autor francés citado por Lacan que revela el fetichismo que hay en el amor, a saber, eso que perdura de la relación con lo inanimado también en el amor.
J.-A. Miller, “Detalles”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 30.
Tal vez se pueda entender de entrada por que las perversiones son masculinas: es porque La mujer no existe. Esta es la consecuencia del lado hombre. De las mujeres se dice que no tienen perversiones, que se contentan con tener hijos.
J.-A. Miller, “Detalles”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 31.
El primer flechazo de la historia (...) es el que tuvo Adán por Eva (...) La única razón que se ve, la que da él, el divino detalle que le hace decir “Esta vez, esta es la buena” es que al divino detalle que es Eva, le encuentra un aire familiar (...). Este aire familiar es lo que, según Freud, está destinado a constituir, para todos, los impasses de la vida amorosa.
J.-A. Miller, “Un tipo particular de elección”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 37-8.
Para un hombre se trata de saber si le basta con una mujer y del lado mujer, si le basta a un hombre.
J.-A. Miller, “Un tipo particular de elección”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 61.
La condición de amor (…) viene al lugar de la proporción sexual (rapport), que no existe. El rapport sexual no es la relación (…) o el acto sexual. La proporción sexual existiría si se pudiera decir que un hombre elige a una mujer, que la reconoce como tal sin pasar por esas artimañas extraordinariamente desviadas; si pudiera reconocerla, amarla, desearla y gozar de ella por cuanto es mujer. Y si existe un personaje que puede vanagloriarse de ser capaz de desear y gozar de cualquier mujer, ese es Don Juan.
J.-A. Miller, “Un tipo particular de elección”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 69.
Aunque la castración no aparece en el texto de Freud, está sin embargo en negativo bajo la forma de la impotencia para desear a cualquier mujer. Freud (…) va a generalizar la impotencia, que obedece a que del lado hombre no se reconoce a la mujer, solo se reconoce su condición.
J.-A. Miller, “Un tipo particular de elección”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 69.
La vida amorosa, parece muy divertida, pero la libido freudiana, en palabras de Lacan, no tiene los colores de la vida, tiene el color de vacío (…). No es nada divertido. Uno no se divierte en la vida amorosa freudiana, y sin embargo es una comedia, un teatro de máscaras del estilo del baile en la Opera: ¡Qué horror! ¡No es él ni tampoco ella! Quiere decir que la amorosa freudiana se desliza completamente en el malentendido, lo que constituye otra manera de decir que el amor es de transferencia.
J.-A. Miller, “Un tipo particular de elección”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 71.
La condición de que la mujer sea la del otro se debe a que la madre pertenece al padre. La sobrestimación de esta ramera obedece a que se trata de la única, tiene el rasgo de la única (einziger), de irremplazable, de insustituible, rasgo que proviene del prototipo materno. Esta mujer, como podrá haber decenas, lleva secretamente el rasgo de la única. Freud señala también que por supuesto es única durante cierto tiempo, es decir, que estos sujetos ubican en serie a las únicas. Aparentemente, una por vez, pero en serie. Basta con cambiar de lugar, dar una vuelta, y se cae de nuevo en la única.
J.-A. Miller, “Un tipo particular de elección”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 74.
Cuando se trata del varón, Freud plantea a la madre como lo que responde a la elección de objeto infantil primaria, que Lacan va a llamar de entrada objeto primordial, un objeto que tiene a la vez los rasgos de único y de prohibido, y por esto mismo funda la serie en la vida amorosa del sujeto (…). Con la serie Freud articula la conexión entre lo que subsiste como único (…), es decir, sometido a la represión como incestuoso, y la constitución de una serie de sustitutos (Ersatz), de la que se puede decir, sin abusar, que forma una cadena metonímica.
Precisamente, el carácter de irremplazable de aquello de lo que se trata, es la que se presta a la constitución de una cadena sustituta en la que según Freud, “en cada subrogado se echa de menos la satisfacción ansiada”.
J.-A. Miller, “Un tipo particular de elección”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, pp.74-75.
Si bien Freud cuestiona la posibilidad de realizar la fusión del amor y del deseo sexual, mantiene en cambio (…) que la impotencia es para todos. La impotencia para todos significa que la condición de la degradación del objeto es la condición de la satisfacción sexual completa, lo que se articula con la tesis según la cual no hay sexualidad sin componentes perversos.
J.-A. Miller, “Degradación de la vida amorosa”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, pp. 96-97.
Freud destaca cual es la contrapartida de esta sublimación de la feminidad. El precio de esta sublimación y hasta de la sobreestimación de la mujer, es su degradación.
(…). La idealización en la vida amorosa tiene como contrapartida la degradación.
J.-A. Miller, “Degradación de la vida amorosa”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, pp. 97.
La prohibición es una condición mucho más general de la vida amorosa (…). Este es el sorprendente desarrollo que realiza Freud (…), esto lo lleva a plantear que hay algo corrompido en la sexualidad y en la pulsión sexual misma. Por empezar, la elección de objeto nunca es más que la elección de un sustituto y por lo tanto (…) el objeto que la pulsión pueda encontrar no será nunca el original. Freud utiliza aquí su referencia edípica para marcar por que la satisfacción completa es utópica.
(…) Desde esta perspectiva, nunca se tratara del buen objeto (…) así como el amor es siempre una repetición, en el goce nunca es el buen objeto.
J.-A. Miller, “Degradación de la vida amorosa”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 98.
Los reproches masculinos ocupan un lugar importante en la queja femenina hacia el hombre. Vemos al desdichado sorprendido por el efecto de su reproche: “¡Sólo dije que no me gustaba mucho este bistec...!” El reproche masculino, por anodino que sea, apunta a la castración femenina en el nivel del tener. Por eso siempre hay algo que reprochar a las mujeres; esencialmente, se les puede reprochar no ser hombres (…). Hay estado amoroso de un hombre hacia una mujer cuando deja de reprocharle ser una mujer. El sujeto ya no puede juzgar al objeto, solo puede exaltarlo.
J.-A. Miller, “El tabú del goce”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, pp. 119.
Tanto el hombre como la mujer están obligados, para dirigirse al partenaire, a pasar por el lugar del Otro, donde está inscripta o, más exactamente, preinscripta, hasta podríamos decir programada, la relación edípica; es decir que sobre la mujer cae la sombra de la madre y, recíprocamente, sobre el hombre, la del padre.
Tenemos aquí una primera vertiente de la exégesis freudiana de la vida amorosa, que es la edípica. Pero hay una segunda vertiente (...). Es el falo el que sirve de medida a la vida amorosa. Lo que permanece válido para las dos vertientes es que convergen en una misma verdad: en la vida (…) erótica, los objetos están desdoblados.
J.-A. Miller, “Del mito del Edipo al objeto a”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 125.
En la vertiente del complejo de castración, es otro el par de conceptos que pasa a primer plano (…) La depreciación y la reivindicación (…), que no están solamente dirigidas a cada uno de los partenaires por el otro, sino que cado uno los subjetiva. La mujer desvalorizada no lo es solo a los ojos del hombre, de manera reflexiva adquiere ese estatuto para ella misma; y el hombre no está simplemente discutido en su privilegio por su partenaire, ser hombre y ser hombre discutidos van juntos.
J.-A. Miller, “Del mito del Edipo al objeto a”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 126.
Es verdad que el objeto-partenaire no es solamente el mismo, sino que sufre ciertas transformaciones por la incidencia del Otro o del falo. Esta relación lejos de ser una complementariedad simple entre el hombre y la mujer, debe integrar esta incidencia singularmente perturbadora de este doble elemento (…). Por tanto, esto es válido tanto para el hombre como para la mujer: para ambos hay desdoblamiento y transformación del objeto.
J.-A. Miller, “Del mito del Edipo al objeto a”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 126.
Es notable que (…) cuando Freud introduce (…) la vertiente fálica de la vida amorosa, lo haga a través de una amenaza dirigida a un hombre. El hombre (…) se siente profundamente en peligro y, para sostenerse, debe protegerse con varios tabúes. (…) Se encuentra en relación a una amenaza, por cuanto es el que tiene (…) Y frente a la amenaza ponemos el desprecio por la mujer en la medida que ella no tiene. El asunto es saber hasta qué punto (…) este desprecio está subjetivado por el sujeto femenino.
Amenaza y desprecio son categorías que encuentran en la clínica (…) un punto de aplicación: el hombre amenazado.
J.-A. Miller, “Del mito del Edipo al objeto a”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, pp. 126-127.
Por supuesto que las mujeres son valientes, incluso mucho más que los hombres, pero el coraje femenino tiene una modalidad diferente. Llegado el caso, puede dar mucho miedo al otro lado, porque se constituye a partir de la idea de no tener nada que perder. Se trata de un coraje sin límites. Cuando se realiza en defensa de un objeto, es decir, de lo que pese a todo ella tiene, su hijo, su hombre o hasta su país (…), la mujer lo defiende con un coraje que no está limitado por algo que pueda perder.
J.-A. Miller, “Del mito del Edipo al objeto a”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 127.
El objeto de amor, evidentemente, no es un objeto sino por el contrario es todo un enredo.
J.-A. Miller, “Del mito del Edipo al objeto a”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 142.
El objeto de amor no tiene nada que ver con el objeto de la pulsión.
J.-A. Miller, “Deseo, amor y pulsión”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 148.
Podemos calificar de fantasma a toda la pantomima de la vida amorosa, es decir, una disposición que tiene reglas, típica, invariable, de la relación del yo con el otro (…). Si bien es la pantomima donde el sujeto parece actuar, diferencio un estatuto del fantasma donde también se puede decir que el sujeto juega.
J.-A. Miller, “Deseo, amor y pulsión”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, pp. 148-149.
Si retomamos la dicotomía freudiana, del lado del narcisismo el amor consiste en reducir al otro a lo mismo. Esto nos (…) permite constatar lo que en la homosexualidad masculina se presenta como una tendencia a una reducción del amor en beneficio del goce. De tal modo del amor, cuando lo hay, debe ser protegido del goce. En la vertiente anaclítica, hay una exigencia contraria: el otro debe ser diferente (autre) del sujeto. El Otro del amor es el que mantiene al sujeto bajo su dependencia. (…) Uno no puede conformarse con hablar del amor en el eje de la reciprocidad porque el amor mismo tiene valor de Otro.
J.-A. Miller, “Deseo, amor y pulsión”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 155.
El amor que no quiere saber nada se basa en la ignorancia del deseo, en la medida en que el deseo siempre está asociado a un no sé, para decirlo en términos freudianos, siempre está asociado a la represión, a un no sé cuál es la causa de mi deseo. Y, más allá, el amor como irresistible extrae su fuerza, su exigencia, de la pulsión misma: es decir que puede cobrar el valor de una exigencia que se burla de la defensa. En esta línea, (…) el amor puede ser equivalente a un síntoma.
J.-A. Miller, “Deseo, amor y pulsión”, Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 158.
Para una mujer, el apego al partenaire masculino no puede darse sin duplicidad. Se puede sacar partido de esta duplicidad de diferentes maneras, como, por ejemplo, querer sus atributos, dice Lacan, pero al mismo tiempo el hombre debe ser privado de lo que da.
J.-A. Miller, Desarraigados, Paidós, Buenos Aires, 2016, p. 96.
Surge de todo ese recorrido que, en suma, todo lo que subsiste de la relación sexual es esta geometría a la que aludimos a propósito del guante. Es todo lo que queda a la especie humana de sostén para la relación. Esta geometría del guante dado vuelta, la inventa a partir de la adecuación especial que Joyce sentía de su esposa hacia él: ‘me calza como un guante’ (expresión francesa equivalente a ‘ir como anillo al dedo’). Fórmula entonces que todo lo que subsiste de la relación sexual en la soledad del parlêtre es la geometría del guante dado vuelta, es decir, de lo que no es del orden del espacio concéntrico instantáneo de la visión.
J.-A. Miller, El ultimísimo Lacan, Buenos Aires, Paidós. 2012, p. 115.
La histerización tiene acá función de ayuda, en la medida en que Lacan define la histeria como ‘última realidad perceptible sobre lo que concierne a la relación sexual’. Mientras que en el marco de un análisis ordenado bajo lo simbólico, la ausencia de relación sexual escandaliza –Lacan mismo debe de hecho justificarse, por ejemplo, en su texto “El Atolondradicho”–, no es exactamente lo mismo en el seminario El sinthome, donde se trata más bien de descubrir bajo qué condición precaria se establece la relación sexual, a saber, bajo la condición de que le sea acomodada una alteridad interna a la estructura tripartita o cuatripartita del parlêtre.
J.-A. Miller, El ultimísimo Lacan, Buenos Aires, Paidós. 2012, p. 115.
Lacan valoriza el término encuentro en la relación amorosa en la medida exacta en que no existe relación sexual en ninguna parte.
J.-A. Miller, “Contingencia de lo real”, Todo el mundo es loco, Buenos Aires, Paidós, 2015, p. 174.
¿Qué es el porno sino un fantasma filmado con la variedad apropiada para satisfacer los apetitos perversos en su diversidad? No hay mejor muestra de la ausencia de relación sexual en lo real que la profusión imaginaria de cuerpos entregados a darse y a aferrarse (…). De vuelta de Italia tras una gira por las iglesias que Lacan llamaba bellamente una orgía, advertía en su Seminario Aun: “todo es exhibición de cuerpos que evocan el goce” –este es el punto en que nos encontramos en el porno. Sin embargo, la exhibición religiosa de los cuerpos extasiados deja siempre fuera de su campo la copulación misma, del mismo modo que la copulación está fuera de campo, como dice Lacan, en la realidad humana.
J.-A. Miller, “El inconsciente y el cuerpo hablante”, AMP/WAP [en línea].