Una extranjera

Me gustaría compartir mi lectura del universo singular de una obra de teatro escrita por un autor noruego contemporáneo, Arne Lygre. La obra se titula Desaparezco1. En este texto al orden fálico de la primera parte, lo reemplaza el del no-toda de la segunda…

Transcurre en un país que no es nombrado, pero que está sometido a grandes conmociones; todo se derrumba; hay que partir. ¿Dónde? Parece haber en el horizonte una isla bastante próxima. Un edén donde se podría repensar, recomenzar todo: la paz, la vida, los lazos amorosos, etc. Está al alcance de los que se decidan. Así se podría continuar a hilar la metáfora de lo posible, si no fuera que lo real se inmiscuye. Hay que partir y no queda más sitio en los barcos. Pero he aquí que algunos se tiran al agua, de tan factible que parece alcanzar la otra orilla nadando, mas a condición de hacer la travesía en pareja. ¿Con quién partir? ¿A quién elegir? ¿A la que uno ya conoce? Podría parecer evidente, salvo que no es seguro que la renovación esperada los incluya. Puede ser que la discordia no se haya superado.

Una mujer está sola en su casa, la de toda la vida, de niña, adolescente, mujer casada… De allí sueña con otro lugar, sueña con otra mujer. Esa otra mujer tendría una hija y no habría hecho un buen encuentro con lo real de la enfermedad. Ella, en cambio, es fuerte, porque ha perdido en el pasado un niño. Sólo se le puede destruir a ella, mientras que, para esa otra mujer en la que piensa, su amiga, está su hija. ¿Cómo proceder en relación con la muerte? Lo que piensa por esa mujer, por una mujer, no lo puede hacer por su marido. No puede pensar lo que piensa un hombre. Pero otras preguntas se plantean en seguida. Tanto ella como su amiga deben abandonar precipitadamente el país, deben emigrar; es la palabra mágica. Es también metafórico; se trata de emigrar de su vida. Una –la amiga– partirá con su hija. La otra –ella– espera a su marido; está persuadida de que partirá con ella. Renuncia: ¿es la realidad, un sueño, una pesadilla horrible? Ya no es ésta la cuestión; ha pasado algo que la ha conducido más allá de un punto de no retorno.

Ella se reencuentra en su casa; su marido está ahí. Dice que se siente feliz en esta casa. Ella no comprende. Todo, la casa, esa felicidad, todo eso le es ajeno, extranjero. Ella es Una extranjera, así es nombrada ahora en la obra. Es ajena a su vida de antes; es otra vida. De repente, tiene la sensación de la presencia de ese hombre, su marido. Lo que él pueda sentir ella no lo puede pensar, como le es impensable saber lo que él ha podido sentir en el momento de la muerte de su niño. No comprende tampoco por qué va a visitar la tumba de ese niño. Antes tal vez ella hubiera podido; ahora ella es otra, está en otro sitio.

Es él quien habla de amor. Ella habla de partir. Ella dice que no se conocen. Él dice que aprenderán a conocerse. Él quiere que esta relación, que su amor sea para siempre; ella no sabe. Él no se arrepiente de que estén juntos; ella tampoco, pero no lo puede decir. Ella se debe ausentar; a él le gustaría retenerla. Ella va partir. “Somos dos”, dice él. Ella le responde en el acto: « Hace un día hermoso ».

La pieza acaba así:

Mi marido – ¿Nos abrazamos?

Una extranjera – Me voy ahora.

Mi marido – Y más tarde ¿volverás?

Una extranjera – Sí.

Mi marido – Aquí estoy. No puedo arreglármelas solo.

Es el final de la obra que nos ha conducido hacia la inversión del Universal barrado. La partenaire del hombre se convierte entonces en la extranjera. Ella es la que parte y él el que espera, resignado. Esta elección se diferencia radicalmente de la de un hombre que, en una relación con una mujer, se situase como no-todo; en la discordia él no renunciaría a orientarse según su deseo.

Traducción: Alín Salom

Notas:

  1. Lygre A., Je disparais, Paris, L’arche, 2011.

Comparte / Imprime este artículo
Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
Linkedin
Share on print
Print
Share on email
Email