La textura del tiempo: el relieve de lo femenino

Dos lecturas recientes me han remitido a dos momentos fundamentales – el inicio y el final- en el origen creativo de dos grandes cineastas. Andrei Tarkovski y Michelagelo Antonioni. Me he aproximado a ellos recortando esos dos momentos en que la experiencia estética tiene ese instante de revelación. El relieve de lo femenino, el silencio de una palabra sin nombre. Se aproximaron a ese relieve del goce opaco de un cuerpo que rescata de los pliegues de la memoria la presencia del olvido. En el inicio uno y al final de su andadura el otro, estos dos autores mostraron con su obra la textura del tiempo.

A.Tarkovki en el libro “Esculpir en el tiempo”- recopilación de artículos y reflexiones sobre el cine como arte independiente de otras artes, dice así:

“Al terminar La infancia de Iván, sentí por primera vez que el cine estaba cerca, en algún lado. Como en ese juego infantil en que hay que encontrar a una persona escondida en el cuarto oscuro: se siente su presencia incluso cuando intenta conocer la respiración. El cine estaba cerca, en algún lugar. Lo comprendí por mi inquietud interior, comparable a un perro de caza que ha dado con unas huellas.

Sucedió un milagro: ¡Se había obtenido una buena película!. Ahora se me exigía algo totalmente distinto: yo tenía que comprender qué era el cine.

Y aquí es donde surgió la idea del tiempo esculpido. Una idea que me permitió empezar a esbozar mi ideario, cuyo marco indicaría los límites de mi fantasía en la búsqueda de formas e imágenes. Un ideario que daba a mis manos libertad de movimientos y que ayudaba a liberarme de todo lo superfluo, ajeno e impreciso. Ahora podía decidir yo mismo qué era imprescindible para una película y qué era contrario a ella”.

Concluida su primera película surge entonces, en el silencio de una presencia, la pregunta que va a orientar su empuje creador. Liberado de lo superfluo e impreciso esculpirá en el tiempo los relieves de su obra. Una obra que recién comenzará entonces a cincelar la materialidad del límite en el tiempo.

Tiempo después, al leer un artículo en el que se hacía referencia a un cortometraje, “Lo sguardo di Michelangelo” de M. Antonioni, lo busqué y – no sin sorpresa - lo entrelacé como el reverso del instante de Tarkovski.

El documental dura apenas 18 minutos y son más que suficientes porque son soberbios. Antonioni tenía entonces 92 años, poco antes había sufrido un ictus y perdido el uso de la palabra. Morirá tres años después. Así pues, este cortometraje puede ser considerado su testamento fílmico.

Una mañana del 2004 un anciano de 92 años entra solo a la iglesia vacía de San Pietro in Víncoli. En el silencio resuenan sus pasos. Camina con dificultad, y su cuerpo decidido, atraviesa la nave principal. Se para delante del sepulcro de Julio II y se acerca a la escultura gigante del Moisés de Miguel Ángel. En un silencio denso, el anciano se demora en la contemplación de esa gran escultura. Lentamente se va acercando. La cámara que reduplica la mirada de Antonioni, sigue minuciosamente el relieve sinuoso del ropaje, la rodilla, las piernas, los pies. La luz del mármol y las sombras de los pliegues destacan su belleza a la vez que muestran la tensión de la mirada de Moisés que parece querer sacar su cólera fuera del bloque inerte del mármol.

La cámara encuadra el rostro, medio en sombras, del anciano. Se destaca su mirada que en silencio parece dialogar con la escultura.

Poco a poco su mano, envejecida, titubeante, se acerca y se desliza por los pliegues y relieves de la escultura que adquiere así una tensión expresiva en su textura que parece liberarla de la materia inerte.

El anciano vuelve sobre sus pasos y sale de la penumbra de la iglesia atravesando el haz de luz que desde el exterior apenas se introduce en la semi-penumbra de la nave.

En este cortometraje dos creadores con el mismo nombre dialogan cuando las palabras callan. Es la elocuencia del silencio. Instante de revelación que M. Antonioni nos legó.

Tarkovski en el silencio de una presencia se le reveló la pregunta que daría relieve a esculpir en el tiempo, su creación.

Es la potencia de la transmisión cuando logra alcanzar lo inscrito en el silencio de una palabra sin nombre.

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