La subversión femenina (1)

La explosión feminista

En los últimos años asistimos a una verdadera explosión feminista, producto de una gran “giro cultural”2. A los ya conocidos conflictos de género que se planteaban como relativos al trabajo y la violencia de género, se han agregado los discursos sobre la identidad y el reconocimiento de la diversidad. Existen colectivos de mujeres y/o LGTTBI que interactúan con otros grupos no feministas y que participan de organizaciones populares mixtas. Se pronuncian en favor de la despatriarcalización, cuestionando las jerarquías establecidas y las formas actuales de opresión de las mujeres3.

A su vez, el feminismo actual recupera el viejo lema “lo personal es político” propio los años 60 y 70. En aquella época, las feministas radicales argumentaron que el descontento femenino era “una respuesta a una estructura social en la que las mujeres son sistemáticamente dominadas, explotadas y oprimidas"4.

En su tiempo, Betty Friedan 5 había advertido de no convertir las querellas políticas en problemas de dormitorio, pero no tuvo éxito. En la actualidad, el feminismo del siglo XXI ha recuperado aquel slogan como parte de una estrategia política con el objetivo de cuestionar el paradigma de la normatividad androcéntrica y heterosexual. Se propone entonces una lucha en las trincheras de la intimidad para desnaturalizar la subordinación de la mujer, lo cual permite “visibilizar” realidades de sometimiento y degradación que suelen permanecer ocultas bajo el velo de la normalidad de los usos y costumbres propias de la sociedad y las instituciones tradicionalmente patriarcales.

Asimismo, algunos colectivos de mujeres denuncian que el maternalismo histórico instalado en las sociedades ha continuado incidiendo en las políticas del nuevo milenio e influenciando la construcción de las subjetividades femenina y masculina y la idea misma de género.

En este sentido, el reconocimiento del papel materno conlleva como contracara que las mujeres no sean percibidas como trabajadoras, de hecho o de derecho6.

Hace unos pocos años, la filósofa feminista Elisabeth Badinter publicó un libro cuya polémica tesis considera a la maternidad como una nueva forma de esclavitud, resultado de la grave crisis económica y de pérdida del estado de bienestar que atraviesa Europa7. Es tal vez una manera de “desnaturalizar” a la maternidad para señalar su condición simbólica y denunciar que no hay ninguna reciprocidad esencial entre la mujer y la madre. Es también un modo de decir que “La” madre no existe y que existen son modos particulares de desempeñar el maternaje de los niños.

La crisis del género

Por otra parte, es necesario mencionar a las teorías queer que proponen la deconstrucción del género y pronostican el cre­púsculo de la heterosexualidad tanto como de la homosexualidad, ambas entendi­das a partir del binarismo hombre-mujer. Las nuevas prácticas sexuales no normativas se orientan hacia una construcción variable de la identidad sexual. Judith Butler sostiene una separación radical entre el sujeto y el género, derrocando el binarismo sexual y “revelando su anti naturalidad fundamental”8. La perspectiva de la desconstrucción del género rompe de manera drástica con las categorías de lo femenino y lo masculino, a la vez que denuncia no solamente la inexistencia de la relación sexual entre un hombre y una mujer, sino también la inexistencia de relación entre el cuerpo y la identificación sexuada.

Allí donde los feminismos sostienen una política de lucha por los derechos igualitarios entre ambos sexos y el reconocimiento de una identidad femenina, los movimientos post feministas denuncian la inexistencia de toda forma de normatividad sexual y plantean identidades sexuales polimorfas que se sostienen a partir de prácticas de goce no normativizadas, variadas y variables para cada sujeto.

En términos de Foucault, la entrada del sexo en el discurso abrió la dimensión política de la sexualidad. Los modos en los que la práctica de la sexualidad está regulada por la cultura constituyen dispositivos de poder que condicionan tipos de normatividad y establecen un marco simbólico. La ideología imperante del determinismo social, a partir del cual la subjetividad y la vivencia de la sexualidad dependen de una construcción cultural, es limitativa y condiciona las relaciones entre los sexos en términos de sometimiento de uno sobre otro. Esta interpretación de la disparidad sexual deja de lado la responsabilidad de los sujetos respecto de sus propios modos de goce, a la vez que constituye una nueva versión del rechazo de la inexistencia de la relación sexual.

Para el psicoanálisis, la explosión feminista y el correlativo empoderamiento femenino no resuelven ni el malentendido sexual ni el impasse de la feminidad. Se localiza la paradoja por la cual, a la vez que denuncian el no reconocimiento de lo femenino e intentan una inscripción en el campo del Otro, en este mismo movimiento sostienen un modo del rechazo de lo femenino al querer inscribirlo con las coordenadas de la lógica fálica.

Las voces del malestar femenino

Sin embargo, el feminismo contemporáneo presenta nuevos retos ante los cuales cada sujeto se siente interpelado. La multiculturalidad, la deconstrucción del género, el uso de un lenguaje neutro, las relaciones entre género y desarrollo social, el feminismo como fundamentalismo ideológico, los transfeminismos y la pluralidad de las identidades sexuales están a la orden del día. El psicoanálisis, allí donde creía formar parte del discurso progresista de la civilización, se confronta con la denuncia renovada de mantener posiciones conservadoras, patriarcales y falocéntricas, sosteniendo la heteronormatividad sexual como la medida de la sexualidad normal. Es necesario considerar la necesidad de que el psicoanálisis se integre en una amplia conversación con estos nuevos emergentes, pero sin perder la brújula que le es propia. La política del psicoanálisis se orienta por el goce que excede siempre el campo de la palabra y de la representación, y que sólo se circunscribe por la relación singular de cada sujeto con la lengua y con el cuerpo como experiencia viva de goce.

En una nota reciente,dos jóvenes feministas afirman que “los feminismos son múltiples, heterogéneos, complejos y cambiantes, pero si hay un rasgo que los aglutina a todos es el continuo cuestionamiento de los esquemas de desigualdad y opresión por razón de sexo y orientación sexual, y el permanente intento por hacer visible lo que hasta entonces era invisible y por desnaturalizar lo que creíamos naturalizado. En otras palabras, su esencia radica en una actitud crítica y en su integralidad, ya que los feminismos todo lo transforman”9. De hecho, el discurso feminista ha producido un efecto subversivo en la civilización al poner en cuestión las normas y los modos de lazo existentes en diferentes momentos de la historia.

Recientemente, una “marea de pañuelos verdes” proclamándose a favor de la interrupción voluntaria del embarazo devino un acontecimiento político y social en la Argentina. No todas las manifestantes eran feministas, pero una multitud de mujeres, en un entramado de enorme diversidad, adhirieron a esta lucha. Hoy, el feminismo se presenta como un hecho social, un acontecimiento del cuerpo social más que una doctrina compacta, del que los sujetos pueden participar de manera contingente, empujados por una causa particular como es el caso de la legalización del aborto en la Argentina, sin hacer necesariamente de esa participación una identificación ni una condición del ser.

Desde su origen, los feminismos encarnan el cuestionamiento de los dispositivos de poder que regulan y normativizan la sexualidad, las construcciones de saber, las referencias identitarias y los modos de gozar. El discurso femenino ha introducido un obstáculo a la homogeneiza­ción fálica del mundo cambiando las reglas de juego. En este sentido, cuando el decir femenino se introduce en el discurso universal procede en contra de todas las tentativas de uniformización produciendo la subversión de los presupuestos existentes10.

La subversión femenina

No obstante los logros de los movimientos feministas, se evidencia que el malestar femenino persiste bajo múltiples formas. El psicoanálisis sabe que este malestar no depende de los modos sociales de opresión del género, sino que más allá de las luchas sociales que es necesario sostener, se anuda a un imposible de soportar. En este punto, pueden plantearse dos perspectivas: la primera, que se trata de un malestar en el que subsiste un imposible de decir y la segunda, que insiste la búsqueda de un reconocimiento por parte del Otro11.

En los años 60, Betty Friedan supo percibir a su manera la falta de significante para nombrar el desasosiego del alma femenina y lo llamó “el malestar que no tiene nombre”12. Ese malestar, al que Lacan circunscribió y elaboró como “goce femenino”, hace obstáculo a todas las formas de inscripción en el Otro.

Ellas, al estar confrontadas con el no tener desde el origen, están menos amenazadas por la castración y más cercanas al uso de los semblantes. A esto se suma que la sexualidad femenina no puede ser reducida a la lógica fálica debido a la afectación de un goce en más, suplementario, imposible de significantizar. Por eso, Lacan aborda la sexualidad femenina a partir de la dualidad de los goces que habita a una mujer y del modo en el cual cada una se arregla con ese imposible de soportar, goce en el que una mujer puede perderse. Por eso mismo, las mujeres pueden estar también más cerca del sin límite y de la locura, pero también más propensas a inventar soluciones singulares ante lo imposible de negativizar.

Con este recorrido hemos intentado trazar el litoral entre la política de los feminismos y la política del psicoanálisis, entre la igualdad de derechos entre un género y otro y la diferencia radical entre los modos de gozar. No se trata de una frontera en la que se pueda estar de un lado o del otro, sino de un espacio en el cual es necesario que como analistas nos incluyamos en la conversación con los nuevos modos de vivir la sexualidad y las nuevas nominaciones que intentan cernir un real siempre indialectizable.

Notas:

  1. Este texto ha sido publicado en Feminismos. Variaciones. Controversias. AA.VV. Colección de la Orientación Lacaniana de la EOL. Grama, Buenos Aires, 2018, pp. 99-108.
  2. Fraser, N., La política feminista en la era del reconocimiento: un enfoque bidimensional de la justicia de género[En línea]. http://revistaseug.ugr.es/index.php/arenal/article/view/1417/1589. Consultado el 1-6-2018.
  3. Korol, C., Feminismos populares. Las brujas necesarias en los tiempos de cólera en la revista Nueva Sociedad Nº 265 Geografías feministas, septiembre-octubre de 2016. Buenos Aires.
  4. Hartmann, H. «The unhappy marriage of Marxism and feminism: Towards a more progressive union». En Linda J. Nicholson (ed.). The Second Wave: A Reader in Feminist Theory. New York, Routledge, 1997, p. 100.
  5. Friedan, B. La mística de la feminidad. Feminismos. Valencia, Cátedra, 2009.
  6. Faur, E., El cuidado infantil en el siglo XXI. Mujeres malabaristas en una sociedad desigual. Buenos Aires, Siglo XXI, 2014.
  7. Badinter, E., La mujer y la madre. Un libro polémico sobre la maternidad como nueva forma de esclavitud. Madrid, La esfera libros, 2011.
  8. Butler, J. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona, Paidós, 2007, p. 288.
  9. Martelotte, L. y Rey, P., Los machos me dicen feminazi en revista Anfibia [En línea] http://www.revistaanfibia.com/ensayo/los-machos-me-dicen-feminazi/ Consultado el 1-6-2018.
  10. Laurent, É. El sujeto de la ciencia y la distin¬ción femenina en La clínica de lo singular frente a la epide¬mia de las clasificaciones. XXI Jornadas anuales de la EOL. Colección Orientación Lacaniana. Buenos Aires, Grama, 2013.
  11. Camaly, G. Los impasses de la feminidad. Goces y escrituras. Buenos Aires, Grama, 2017. Retomo aquí algunas de las hipótesis desarrolladas en el libro de referencia.
  12. Friedan, B. Óp. cit., p. 18.
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