El odio al ser amado

La afirmación de Lacan “(…) no se conoce amor sin odio”1 toma casi la forma de un axioma. Es la razón de su crítica al término ambivalencia. Lacan le reprochó a Freud, pero sobre todo a los post-freudianos que hayan utilizado esa expresión, bastarda la llamó. ¿Por qué bastarda? Porque oculta el goce, el odio radical, el mal en el corazón del ser humano. Introdujo para revelarlo un término alternativo Hainamoration que en francés pone por delante el odio.

Lacan contemporizó con la dificultad de Freud para hablar más claramente del odio presente en cualquier amor “Fue de su parte testimonio de buena voluntad”2, pero no dejó por ello de hacerle la crítica de utilizar una expresión que lo oculta, lo que constituye por lo menos una exageración retórica. Al contrario Freud lo consideró primero en la constitución del ser hablante. La suposición de la maldad del Otro es el estado nativo del sujeto. “El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor; brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior que prodiga estímulos”3.

En la misma línea, Lacan consideró que Freud podría haber conmovido más “el marco de la época en que se inserta”4 si hubiera revelado con mayor claridad la dificultad que cada uno experimenta para considerar el odio, y en particular el odio al ser amado, una parte constitutiva de sí. No obstante admiró la lucidez de Freud al describir lo que constituye la raíz del fenómeno de masas, adelantándose así, dijo, a la plena manifestación de la imparable ascensión del nazismo. Los numerosos artículos freudianos dedicados a la guerra atestiguan asimismo su valor para enfrentar el mal que nos es más íntimo.

Disfrazar el odio, ocultar la naturaleza real del odio en tanto que goce, no reconocerlo como parte integrante y constitutiva de sí como parlêtre, conduce a lo peor. Lacan nos dice que la explicación del genocidio judío ha sido “profundamente enmascarada en la crítica de la historia”5. Ninguna de las explicaciones intentadas a partir del sentido de la historia es en su opinión suficiente. Tampoco lo serían para cualquier otro genocidio. Falta en esas explicaciones entender por qué “son muy pocos los sujetos que pueden no sucumbir, en una captura monstruosa, ante la ofrenda de un objeto de sacrificio a los dioses oscuros”, con la intención de “encontrar en ese sacrificio la presencia del deseo de ese Otro”6.

La actualidad de estas reflexiones en un momento como el que atraviesa hoy Europa en que el rechazo al diferente cobra virulencia -ya sea en la figura del inmigrante, del musulmán, incluso de algunas posiciones sexuadas, las manifestaciones LGTB y más allá en la de la mujer- no se le escapará a nadie. Tampoco que en su seno vuelven a resurgir una serie de partidos o movimientos que parecen olvidar una historia tan reciente. Las dificultades que aún hoy encuentra la memoria histórica en España se podría en parte esclarecer por el celo con que se quiere mantener el secreto de esos sacrificios del objeto. “La ignorancia, la indiferencia, la mirada que se desvía”7 nos parecen estar describiendo -más allá de la Shoah a la que Lacan se refería en su texto- este otro fenómeno inaudito: el intento de olvido de la propia historia. W. Benjamin señaló que escribir una historia de los vencedores se asocia a un afecto, la acedía. ¿Esta acedía no es la que Lacan hacía equivaler en Televisión a la cobardía moral?

Por otra parte ¿No es el campo del estrago que se produce a veces en la relación paterno-filial, también en otras ocasiones en el maltrato de las mujeres un sector de nuestra disciplina donde el odio presente en cualquier relación amorosa -nuestro hainamoration- resultaría más explicativo que otros intentos inanes? En ambos fenómenos está presente que los seres queridos nos son siempre extraños, y como tales, odiados. “Todos nuestros cariños hasta los más íntimos y tiernos entrañan, salvo en contadísimas situaciones, un adarme de hostilidad que puede estimular el deseo inconsciente de muerte”8. Cuando la madre hace del niño el objeto de su existencia -también el padre puede ofrecer al niño ese lugar- la relación estragante está asegurada. Cuando el hombre ofrece a la mujer el lugar equívoco de objeto de su existencia -la ama-odia y con su jalouissance, con otro neologismo lacaniano elocuente- puede incluso maltratarla hasta la muerte también la relación estragante está asegurada. Debemos lamentablemente contentarnos por razones de espacio con esta inicial descripción y dejar para otra ocasión un desarrollo mayor que creemos que el tema merece.

Notas:

  1. Lacan J., El Seminario Libro 20, Aún, Paidós, Barcelona, 1981; p. 110.
  2. Ibid.
  3. Freud S., “Los instintos y sus destinos”, Obras completas, Tomo II, Biblioteca Nueva, Madrid, 1981, p. 2051.
  4. Lacan J. Ibid. p.110.
  5. Lacan J. El seminario Libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Barcelona, 1987; p. 282.
  6. Ibid.
  7. Ibid.
  8. Freud S., “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte”, Obras completas, Tomo II, op.cit.
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