Desparejados

“Ustedes tienen un cuerpo, del que procede su imaginario. Han surgido de esta cosa fabulosa, totalmente imposible, que es el linaje generador, han nacido de dos gérmenes que no tenían ninguna razón de conjugarse, si no es esa especie de chifladura que se ha convenido en llamar amor. Hacen el amor —en nombre de qué, ¿Dios bendito?—“1.

Cuando Lacan dice que el goce fálico no acerca las mujeres a los hombres sino que más bien las aleja, dice que ese goce es el obstáculo a aquello que las empareja con el otro ser sexuado. No quiere decir con esto que las mujeres no puedan tener la satisfacción fálica con uno de ellos, el elegido, sino que esa “satisfacción que se sitúa con su vientre (lo es) como una respuesta a la palabra del hombre. Para eso es preciso que acierte […] con el hombre que le hable según su fantasma fundamental, el de ella.”2.

Con estas dos referencias de Lacan entramos directo en el “corazón de la manzana”: el amor es dar lo que no se tiene y el goce es obstáculo, por lo que resulta imposible que dos se emparejen. El goce fálico limita, está encadenado a una interdicción, obedece al régimen de la castración y en tanto legisla depende del lenguaje mismo. Gozar a través del órgano fálico, lejos de hacer cópula, pone una barrera. Y el goce femenino, el goce como tal, es ilimitado.

Así, la “satisfacción que se sitúa con su vientre” está regulada por el lenguaje, por el significante que comanda el fantasma. De ahí que “‘devenir–madre’ y el ‘ser-mujer’ no se superponen en absoluto […] ¿no hay otro camino para una mujer que el ‘deseo de hijo’? [..] El hijo no es, más que un sustituto.”3. Por eso cuando un hombre quiere embarazar a la mujer amada, lo que probablemente quiera es redoblar la madre y quedar a resguardo de lo infinito.

En el terreno fálico la relación existe a través del propio síntoma y es la función fálica la que enmascara lo real haciendo existir un todo que encubre el no-todo, el goce. “A cada cual su síntoma”, frase inapelable que revela lo imposible de la relación, sin más. Lacan distingue a la mujer como síntoma del hombre, del hombre como estrago para la mujer. Esta distinción hay que atribuirla a la relación con el goce de cada posición sexuada.

Una tragedia muy actual 4, narrada cinematográficamente, muestra a dos jóvenes enamorados, apasionados, que quedan envueltos súbitamente en una trama fatal. Cuando Mounir, le dice a Muriel “Quiero casarme contigo. Quiero pasar el resto de mi vida contigo”. Touche! A partir de ese momento, ese romance alegre y apasionado inicia un camino sin vuelta atrás, un camino oscuro, insondable. De inmediato, un hijo, luego dos, hasta cuatro; casi sin intervalos.

La película tiene un comienzo desgarrador pero el final es trágico. Lo interesante es que se podría confundir a Muriel con Medea, pero no lo es. Ella acaba con la vida de sus hijos en un acto que redobla la madre, dándole consistencia en el momento en que los ofrenda a la “tierra” de Mounir, en definitiva a la madre de él. Tierra y madre se deslizan como metonimia del significante del deseo del Otro que ella interpreta al devenir madre, sólo madre. Él, por su parte, intenta hacer de su mujer una madre que lo sitúe en la línea de los hijos y de ese modo sostener el lugar de su padre –adoptivo- quien comanda y dispone como un bricoleur de la serie de seres que convirtió en familia. Ambos atrapados en su fantasma muestran la inexistencia de proporción sexual y la imposibilidad de emparejarse.

Notas:

  1. Lacan, J. “El fenómeno lacaniano”. Conferencia pronunciada en Niza, 30/11/74, Rev. Uno por Uno nº 46 ,1998.
  2. Lacan, J., “Decolaje o despegue de la Escuela”, Textos de referencia, wapol.org.
  3. Miller, J.-A. ”Medea a medio decir”, en El Psicoanálisis nº:29, noviembre 2016.
  4. Lafosse, J. (2012) « À perdre la raison ». Belgique.
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