Sexos y semblantes

En el artículo Sobre una degradación general de la vida erótica la generalización de la degradación aparece como una versión freudiana de la discordia estructural entre los sexos, lo que luego Lacan formalizó con la fórmula “no hay relación sexual”.

La experiencia analítica revela que hay algo que hace obstáculo al encuentro entre un hombre y una mujer, que el goce sexual no establece una relación sexual.

La oposición entre el goce masculino, localizado y potencialmente separable y el goce femenino, envolvente y contiguo, los vuelve incompatibles y dispares. El Uno siempre goza solo, el goce del Uno y su carácter autoerótico opera como un “rasgón en el lazo”1 y la erótica, aparato del deseo singular, no cura la ausencia de la relación sexual.

¿Cómo hace cada sujeto para que el goce y el deseo den forma al lazo sexuado que lo une a otro? Para el parlêtre la relación con el otro sexo es compleja, se hace necesario inventar un nuevo lazo.

A partir de los semblantes sexuales, mezcla de elementos simbólicos e imaginarios, el sujeto podrá orientarse en los escenarios propios de su época, según la forma en que subjetiva su posición sexuada y habita el lenguaje.

El discurso es la maquinaria para tratar de ordenar los deseos y goces singulares, pero cada uno deberá inventar su forma de acceder al partenaire, ya que no hay fórmula ni claves, solo hay semblantes, que hacen creer que hay algo allí donde no hay.

Como señala Miller, "En el orden sexual no basta ser, también hay que parecer"2. Lo que separa a un hombre y una mujer no es una diferencia anatómica, sino la diferencia de los modos de goce, la disimetría respecto al goce fálico. El falo, semblante por excelencia en la comedia entre los sexos, sirve de velo a lo que esconde: la castración.

El testimonio de Aurèlie Pfauwadel da cuenta del recorrido desde una versión triste de la feminidad a una versión más sonriente del no-todo femenino, a través de la caída de ciertas creencias, de las identificaciones ideales que la sostenían y de la modificación de la forma de hacer con los semblantes fálicos.

El valor fálico oscilaba entre el falo paterno y el falo materno, virilidades que “se descompletaban la una a la otra"3. Tomaba a su cargo la equivalencia materna entre el saber y el falo, coagulada en la figura del hombre de saber. El misterio de su propia feminidad corporal, quedaba oculto en la búsqueda de partenaires marcados por su yo ideal, sin dejar de indicar su castración.

La Otra mujer fálica se sostenía en posición de saber lo que es un hombre de verdad. El desmontaje de la creencia en la Otra mujer hizo caer la creencia de estar separada de la feminidad o de esperar del análisis un saber cómo había que relacionarse con un hombre.

Para Aurèlie, el análisis como proceso de encarnación, la condujo desde un amor al saber situado en el Otro como atributo fálico del hombre de saber y desconectado del cuerpo, hacia un saber más conectado con el cuerpo.

Lo cual tuvo efectos sobre su manera de hacer con los semblantes fálicos, dejando de empeñarse en erigir ídolos o fabricar el Hombre. Encontrando su solución singular donde el amor no se funda en el semblante sino en el sinthome, que permite una relación con el otro sexo, aunque traumatizada por la imposible inscripción de la relación sexual que no existe.

Notas:

  1. J.-A. Miller, El lugar y el lazo. Ed. Paidós, Bs. As., 2013, pg. 13.
  2. J.-A. Miller, contraportada del Seminario 18 de J. Lacan, De un discurso que no fuera del semblante. Ed. Paidós, Bs. As. 2009.
  3. A. Pfauwadel, Testimonio de Pase Las ilusiones perdidas ¿y más allá?, Espacio de Enseñanzas del Pase, 9 de abril 2019, Sede Comunidad de Catalunya.
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